Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Queridos jóvenes

16/07/2020

Hemos creado la generación de los amantes de Gran Hermano, de los seguidores del Sálvame, hemos aplaudido, yo no, a esos centros que decían que se podía pasar al curso siguiente con tres o cuatro asignaturas pendientes y hemos restado importancia a aquellos que desplegaban un derroche de faltas de ortografía. Total, daba igual. La generación mejor formada de nuestra historia, sí, pero la que ha asimilado las carencias de 17 sistemas educativos que han sesgado parte de la riqueza cultural de un país tan rico como el nuestro. Y, de repente, se produce una hecatombe, un virus nos arrasa, los abuelos de las residencias mueren a miles, nos encierran para evitar males mayores y, cuando el maldito virus parece darnos un respiro, llegan esos previstos rebrotes y seguimos sometidos a normas contradictorias, a prohibiciones y a obligaciones sin base científica, salvo el consabido «es por tu bien» de nuestros padres frente al que tanto nos rebelamos en su momento. 
Pues bien, en Toledo, en la Peraleda, se han visto concentraciones de jóvenes disfrutando despreocupadamente de una noche de botellón como si no hubiera un mañana, según las normas de socialización que sus mayores regularon hace ya 14 años. No han respondido a esas peticiones de responsabilidad individual y, seguro que por su inconsciencia, han decidido dar rienda suelta a toda esa energía que mantuvieron confinada de forma ejemplar durante tres meses. Por eso ahora no se puede criminalizar a este colectivo. No todos los chavales son borrachos, ni fuman como carreteros, ni hablan por el móvil mientras conducen, como muchos adultos por cierto, ni faltan al respeto a sus mayores. Ni son tan machistas como el vicepresidente Iglesias, que se queda con la tarjeta del móvil de una compañera para protegerla porque es mujer y joven. Sangrante.
Prohibir el botellón en Toledo mientras el virus permanece vivo es una decisión sensata. Pero es obvio que los chicos necesitan reunirse, salir a la calle, relacionarse. Si no lo hacen en la Peraleda, buscarán la puerta de la casa de algún vecino, que llamará a la policía molesto por los ruidos. O se sentarán en la terraza de un bar, todos juntos, sin mascarilla, porque allí no es obligatorio, consumiendo mirindas, como parece que pretenden algunos. El mundo no se arregla simplemente prohibiendo, impidiendo a los abuelos recibir visitas en las residencias o a los chicos quedar con sus amigos. Den alternativas, organicen, echen imaginación a la nueva normalidad, señores políticos. Y, por cierto, ahora que el gobierno prepara una ley de educación, que se olvida de las humanidades, intolerable, conviene recordar a Séneca, quien dijo que «las dificultades fortalecen la mente, como el trabajo lo hace con el cuerpo».