Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Reencuentro con El Prado

10/02/2021

Antes de la irrupción de la Covid-19 era uno de mis pasatiempos más placenteros, el recorrer sus salas, deambulando sin rumbo fijo, dejándome sorprender e interpelar –siempre lo hace generosamente- por sus pinturas. El Museo del Prado. Ha debido pasar más de un año para poder regresar. Un reencuentro anhelado, deseado. Propiciado, además, por el propio museo, que ha querido abrir sus puertas con una espléndida selección de sus mejores piezas para, con la exposición denominada precisamente Reencuentro, regresar poco a poco a la añorada normalidad.
Tras subir la escalinata de la puerta de Goya, recibidos por el emperador Carlos venciendo al Furor, la primera sala nos ofrece los dos pinturas más exquisitas de toda la colección: la  ‘Anunciación’, de Fra Angelico, humanamente divina en su maravillosa y delicada ejecución, y el ‘Descendimiento’ de Rogier van der Weyden, mi pintura favorita, la que siempre contemplo, aunque sea unos minutos, en cada visita. Jamás me canso de observar los extraordinarios detalles, el juego ilusionístico que nos hace dudar de si es una escena o un conjunto escultórico, el estallido del azul de la Virgen. Sólo por esta joya vale la pena ir al Prado. Les acompañan obras de Mantegna, Antonello da Messina y Robert Campin. A ambos lados del arco que da acceso a la galería, Adán y Eva, de Alberto Durero, nos invitan a penetrar en un auténtico paraíso.
Paseé, casi solo, por las salas, en medio de un silencio inhabitual, pues había poca gente –algún turista, grupos reducidos con guía, varios matrimonios con niños pequeños-  y me acerqué a las que albergan la piezas del Greco, donde, aprovechando las obras de acondicionamiento de la iglesia del Hospital de la Caridad de Illescas, se exponen de modo temporal las pinturas del cretense que allí se conservan, realizadas entre 1600 y 1605; una oportunidad única para contemplarlas de cerca y observar sus detalles. En Illescas pintó, para los altares laterales, un San Ildefonso y los Desposorios de la Virgen, ésta desaparecida antes de 1800. El retablo de la capilla mayor, concebido en forma de templete clásico, donde se venera la escultura de la Virgen, se remató con el lienzo de la Virgen de la Caridad. Sobre la bóveda se situaron tres tondos con las escenas de la Anunciación, la Natividad y la Coronación de la Virgen. El San Ildefonso resulta particularmente espléndido; el santo arzobispo, con la mirada extasiada en la Virgen, busca en ella la inspiración para sus escritos. En la Natividad, la luz que emana del Niño Jesús contrasta poderosamente con las tinieblas que envuelven la escena; los escorzos nos recuerdan que fue concebida, como las otras dos, para verse desde abajo.
Las pinturas sufrieron una modificación en cuanto su ubicación durante la reforma de 1902. Quizá ahora sería una extraordinaria oportunidad para que se reintegraran a sus lugares originales y pudiéramos contemplar, en su auténtico contexto, estas verdaderas maravillas.