Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


El aniversario que Iván Redondo no puede celebrar

11/01/2021

Este miércoles, 13 de enero, se cumple un año desde que el Gobierno de coalición tomó posesión ante el Rey y comenzó a funcionar efectivamente. Un aniversario que algunos en La Moncloa (se supone que el propio Iván Redondo, pero a él se le atribuyen siempre todas las iniciativas de imagen) pensaron en algún momento aprovechar con fines propagandísticos: un año en el que se han hecho muchas cosas, avances con las pensiones, el ingreso mínimo vital y el salario mínimo, la igualdad y, por fin, unos Presupuestos que oficialmente se han querido calificar como 'sociales', alcanzados con una mayoría impensable a comienzos de 2020. Este es el 'haber', en algunos puntos cuestionable y cuestionado por las polémicas internas. Pero el 'debe' también acumula las partidas suficientes como para hacer inviable una conmemoración triunfalista.

El Gobierno que, a la impensada llegada del coronavirus, reclamó estar ejerciendo la mejor gestión sanitaria del mundo, ha debido enfriar los entusiasmos: esta gestión ni ha sido ni está siendo la mejor -ni tampoco la peor- de Europa, pero me temo que la gestión económica de las consecuencias de la pandemia sí está a la cola de la UE, como sin duda comprobaremos más pronto que tarde. El ser una superpotencia turística en tiempos de restricciones totales de viajes y de la hostelería no está, ciertamente, ayudando.

Pero creo que, a la hora de tratar de hacer una evaluación objetiva de lo que han sido los 366 días 'bisiestos' en la ejecutoria del Gobierno hay que primar la consideración de que el Consejo de Ministros está partido en dos, por mucho que tanto los cuatro vicepresidentes y los dieciocho ministros como el propio presidente insistan en dar una imagen de unidad... desmintiendo lo obvio: sería increíble que una coalición tan apresurada y artificialmente formada careciese de tensiones en su seno.

Probablemente donde mejor se aprecie la existencia de 'dos almas' en el Ejecutivo sea en la formación de una tácita 'coalición dentro de la coalición' formada por Unidas Podemos, Esquerra Republicana de Catalunya y Bildu. Nada para escandalizarse, por supuesto, y hasta puede que alguien pudiera argumentar a favor con las bondades de incluir en la gobernabilidad a partidos al borde del sistema; pero, por supuesto, eso está muy lejos de los postulados con los que muchos votantes socialistas se acercaron a las urnas el pasado mes de noviembre. Y seguramente tampoco estaba, en su desarrollo previsible en los próximos meses, previsto por el 'ala mayoritaria' del Gobierno, la compuesta por los ministros afiliados al PSOE y por los independientes sin carnet militante. Llegar a La Moncloa a cualquier precio y mantenerse en ella tiene, obviamente, costes elevados.

Este año ha estado, en bastante medida, condicionado por esta dualidad y por la necesidad del sector minoritario, el afecto al vicepresidente Pablo Iglesias, de 'marcar distancias' y apoderarse de la 'agenda social' difusamente contenida en un programa de actuación, con el que se arrancó el 13 de enero, imposible de cumplir por las circunstancias nacionales e internacionales sobrevenidas.

Resultaría muy prolijo evaluar, como lo hacen estos días algunas encuestas, el trabajo realizado por cada uno de los ministerios. Pero resulta muy difícil pensar que la actual composición del Consejo de Ministros, algunos de cuyos componentes están obviamente 'quemados' por un año de excepcionales tensiones, pueda mantenerse ya mucho tiempo. Siguen las especulaciones en el sentido de que Sánchez aprovechará el pase del titular de Sanidad, Salvador Illa, a la candidatura socialista en las elecciones catalanas -cuando este pase se produzca, claro- para hacer una remodelación algo más amplia de lo inicialmente contemplado; pero eso supondría que el presidente, instalado en una autosatisfacción proclamada y no sé si verdaderamente sentida, reconoce grietas en su equipo. Y puede que no estén las cosas para conmemoraciones 'redondas'; pero para lo que de ninguna manera están es para autocríticas, faltaría más.