Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El toldo

07/06/2022

Pasear, con o sin rumbo en estos primeros días de junio, suele ser una delicia. Cada cual elige la hora para su ruta, para su ritmo, o para sus descansos. Los hay que eligen las primeras luces del día, por aquello de la brisa mañanera. Otros se decantan por los atardeceres, cuando la fresca nocturna alivia los campos y aceras recalentadas en el día. Pocos, en cambio, se atreven a pasear cuando más aprieta la calor. A esas horas en las que los toldos de las casas, de las tiendas y de los bares, están la mayoría bajados.
Si usted, querido lector, es de esos andarines imprudentes o, simplemente no le queda más remedio que salir a la calle en las horas más temerarias y ardientes del día, permita una recomendación. Cuando esté en mitad de su camino, cese su andar y levante la cabeza y la mirada. En ese momento de fatiga –y seguramente de sudor-, será testigo de uno de los fenómenos más misteriosos y mágicos que un ser bípedo, humano y racional puede contemplar en España. Un prodigio de difícil explicación y entender, incluso para el propio Iker Jiménez. No es un espejismo. Se trata de un hecho y una realidad sorprendente que, por cercana y próxima, se presenta imperceptible.
Usted, estimado lector, quedará maravillado por la visión al alzar la mirada y girar la cabeza de edificio en edificio. De planta en planta. De balcón en balcón. De terraza en terraza, y se preguntará el porqué de no haber reparado antes en tal hallazgo. En el hecho –y aquí va el descubrimiento-, de que la mayoría de los toldos en este país son…… verdes.
Este hecho empírico -aunque menguante en los últimos años por el ahorro en balcones por parte de las constructoras-, puede ser analizado desde distintos ángulos de pensamiento. El arquitectónico, el social e incluso el político. Horas de estudio se necesitarían, en cada uno de los campos citados, para buscar el porqué de esa predilección del homo sapiens ibero por el verde. Claramente predominante sobre el azul, el naranja o los rayados en sus diferentes juegos cromáticos, el verde alcanza en los balcones españoles la grandeza por la que suspirara García Lorca.
En el hallazgo de esta realidad nacional, es de justicia reconocer el mérito de Pablo Arboleda. Un investigador que, tras pasar varios años en el extranjero, llegó a la siguiente conclusión al regresar a España: «los barrios están llenos de toldos verdes».
Cuentan que Arboleda investigó, indagó y buceó en toda la información que respondiera al porqué de esa afinidad cromática y colectiva. Su búsqueda le llevó a crear el grupo 'Amigos del toldo verde' en Facebook. En la actualidad, casi 4.000 personas comparten sus impresiones sobre ese elemento vertebrador de esta nación.
El grupo deja claro sus principios fundacionales en la red. Dice que «el toldo verde establece un patrón estético que, hasta ahora, ha pasado desapercibido para el gran público. Este grupo nace con el objetivo de dotar al toldo verde de la atención que merece, posicionándolo como símbolo de significación identitaria y, por ende, patrimonial. Porque patrimonio es lo que somos; no lo que queremos ser». Ahí queda eso.
En unos tiempos de merma, encontrar elementos vertebradores en España se presenta labor harto complicada. Quién sabe si, en el futuro, el toldo verde formará parte de la heráldica nacional. O de un museo antropológico.
Verde que te quiero, verde.