Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Camilo Superstar

17/09/2019

El día que mis hermanas cogieron aquel poster gigante que venía en la revista y lo desplegaron y alisaron y pegaron con engrudo de harina y agua a la pared de la nave del cemento, ese día, Camilo ya estaba muerto. Aunque faltasen décadas para que lo enterrasen. Sobre el papel era un hombre muy guapo, con la melena al borde del desmadre, camisa ajustada de picos grandes y figurín de torero. Para entonces ya lo había sido todo; ya se había habituado a que cada canción que escribía escalase sin esfuerzo al número uno y se convirtiera en un himno; ya había viajado a Inglaterra superando a casi todos los españoles cuyo horizonte soñado se acababa en la arena de una playa de Torremolinos, y actuado en el Madison Square Garden de Nueva York, como las grandes estrellas del boxeo; ya se había encarnado en Jesucristo y había subido a los cielos del éxito revestido con una túnica blanca y una barba negra, mientras Ángela Carrasco le lamía los pies con su nocturna melena dominicana.
Después de todo eso, Camilo se había ido desdibujando hasta quedar reducido en casa a la urna cineraria de una cinta pirata grabada de casete a casete y al poster de la nave del cemento. El hombre de carne y hueso desaparecía bajo sus creaciones musicales, bajo aquellas canciones que enamoraban a las mujeres y que los hombres cantábamos en solitario, a escondidas, como onanistas sigilosos que miran a su espalda preocupados porque alguien abriera la puerta y pudiera descubrir que aquellas melodías también hacían mella en hombres de pelo en pecho, hombres de Bultaco y botas camperas, machos de sol y sombra. Camilo Sesto cantaba muy bien pero era demasiado guapo, por eso sólo unos pocos eran honestos y reconocían que no había quien fuera capaz de afinar lo suficiente para interpretar sus melodías con soltura. Los intentos de los cantantes actuales por versionarlas acaban indefectiblemente en chillidos que, cuando el intérprete es obstinado, llegan a ser alaridos de película de terror.
Cuando yo jugaba al balón en la nave del cemento, el Camilo grande del poster más grande ya estaba muerto, quien sabe si a causa de las heridas de esos amores imposibles, y otro ser lo estaba suplantando, uno que ya no era tan guapo, que compondría canciones fuera de lugar y tiempo aunque a él le molasen mazo, y que creería como un bobalicón que el secreto de la inmortalidad estaba forjado en la hoja del bisturí de un cirujano plástico.