Luis Miguel Romo Castañeda

Tribuna de opinión

Luis Miguel Romo Castañeda


La incorruptible brújula de la amistad

19/10/2022

«Los malvados solo tienen cómplices; los lascivos, compañeros de libertinaje; los interesados, socios; los políticos, partidarios; los príncipes, cortesanos; solo las personas virtuosas tienen amigos». Voltaire, quien afirma esta espléndida sentencia, nos ejemplifica una vez más que la virtud debe ser el más bello fin humano, ya que solo los virtuosos están llamados a encontrar la amistad. Y esto no es cualquier cosa, puesto que a pesar de que nacemos, vivimos y morimos solos, un amigo es la llave que nos permite acceder a la ilusión de no sentirnos así. Con esto, no es mi intención estigmatizar la soledad, todo lo contrario. Encontramos en '¿Qué hace un cocodrilo por la noche?', una obra literaria infantil de Kathrin Kiss, cómo debemos tener un momento para la misma y otro para la amistad. Y que los dos momentos pueden ser tan maravillosos como ver un columpio que viene y va.
Sin embargo, la amistad, a pesar de ser objeto de reflexión desde tiempos de la stoa, hoy es una palabra tan sumamente erosionada que ha pasado a ser un comodín multiuso, que lo mismo vale para un roto que para un descosido, para un amigo como para el vecino del cuarto. Y es que, tal y como sugiere el DRAE, la amistad es el «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y fortalece el trato». En su corazón habita el amor: cuando hacemos el bien al otro hasta verlo como una prolongación nuestra -alter idem-. Habita la valentía: cuando materializamos el honor, poniendo en riesgo nuestra vida por la ajena: «No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos», escribe San Juan Evangelista. Habita el desinterés: cuando valoramos a una persona por lo que es, y no por lo que tiene, rechazando formar parte de ese séquito de aduladores que tan bien conocieron los patricios y senadores de la Roma de Cicerón, de ese juego de intereses y relaciones útiles, porque nos aleja de lo honestum.  Habita la confianza: cuando confiamos en alguien tanto como en nosotros mismos. Habita la prudencia: cuando nos tomamos el tiempo necesario para descubrir que hay en el fondo del prójimo, antes de entregarle la sincera parte de nosotros que la amistad exige, «pues el deseo de amistad es rápido, pero la amistad no», dice Aristóteles. A lo que Séneca añade algo que deberíamos aplicarnos más que nunca: «Después de la amistad todo se debe creer, antes, todo debe juzgarse».  
'Amigo' es un vocablo que procede del latín 'amicus', que deriva del verbo 'amare', que significa 'amar'. Por eso, al verdadero amigo se le detecta por no juzgarnos, sino comprendernos y abrazarnos, incluso en las diferencias. Por admirar nuestro potencial, alabar nuestros avances e incluso reprendernos si nos perdemos en los pareceres más frívolos. Por tomar el reto de transformarnos, para no impulsarnos hacia la felicidad, sino hacia el bien. Por compartirnos sus pensamientos de la forma más desnuda. Por dedicarnos su tiempo, esfuerzo y sacrificio, arriesgándolo todo por nosotros, hasta el punto de acompañarnos al destierro. Por saber perdonarnos, pues solo perdona quien ama. Por ser sincero, arriesgándose con la verdad, diciéndonos lo que necesitamos oír, para que no precisemos de enemigos a los que escuchar lo que él es incapaz. Por acompañarnos en las desgracias, pero también en los triunfos, especialmente los que no pueden ser compartidos. Eso significa ser un verdadero amigo, un dique contra la corrupción. Y es cierto que la vida nos transforma y que las amistades pueden cambiar, pero no hay más que ver a Donna, Rosie y Tanya en 'Mamma Mia', para comprobar que los valores que un día forjaron su amistad siempre sobrevivirán al desgaste del tiempo. Porque un verdadero amigo siempre aguantará en el banco de la amistad. Recordemos la mítica letra de 'Toy Story': «Cuando eches a volar y tal vez añores tu dulce hogar. Lo que te digo debes recordar. Porque hay un amigo en mí». Es más, un amigo, como el buen vino, mejora con la edad. Para Calderón de la Barca, sus lazos, incluso, pueden ser más estrechos que los de la sangre.
Es cierto que las redes sociales han ampliado nuestro abanico social de una forma inimaginable, y sería ridículo negar que hoy nuestro mundo esté lleno de comodidades, beneficios y oportunidades, así como de avances sociales que habrían sido objeto de deseo en la Atenas de Pericles. Sin embargo, el veneno que hoy mata a ese amigo es la deshumanización de un acelerado mundo cuyo ritmo nos es ajeno. Que, como bien diría María Zambrano, impide las relaciones profundas y auténticas. Que lejos de conectar, escuchar y empatizar con el prójimo, recompensa con la corona de laurel a quien enaltece su 'yo' y sigue la maquiavélica ideología del exitismo que proclama que la vida debe medirse en función del éxito material acumulado -el ascenso del Homo economicus-. Que, bajo una especie de obsolescencia programada, fomenta las relaciones inestables y de cartón piedra, cambiando unión, arraigo y compromiso por novedad. Que dinamita los pilares de la verdadera amistad, a la par que favorece el aislamiento y la aparición de graves problemas de salud mental. De modo que quiero aprovechar en 'Europa Joven: voces de hoy, líderes de mañana', un próximo proyecto sobre la juventud celebrado en la Comisión Europea, para defender nuestra acuciante necesidad de una educación humanista orientada a sus raíces, que persiga las máximas del Oráculo de Delfos: 'Conócete a ti mismo'. Solo ella nos dará las herramientas necesarias para hacer frente a las desventajas de los nuevos tiempos, para conseguir escuelas para la eudaimonia -término aristotélico, impulsado por los estoicos, vinculado a la integridad, excelencia y autogobierno, vinculado a la virtud-. Porque encontrar, conservar y valorar a una Thelma que sea nuestra brújula en la vida no solo hace nuestra existencia más humana, sino más digna.