Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Traducciones y traiciones

29/01/2020

El pasado domingo tuve la oportunidad de participar en  la Eucaristía presidida por el papa Francisco en  la basílica de San Pedro del Vaticano, en el primer domingo de la Palabra de Dios, jornada instituida por el pontífice con la finalidad de que se conozca más la Biblia y sea objeto de reflexión y de oración para todos los católicos. Una hermosa ceremonia, en un marco incomparable, ambientada por bellas melodías gregorianas y polifonía en italiano, al final de la cual Francisco entregó a representantes de diversos ámbitos, ejemplares de una bonita edición, que también recibimos, al salir, todos los asistentes.
Alguien podría pensar que esta columna de hoy iría más en consonancia con una sección de religión, y no tanto en este torreón en el que hablamos de historia, cultura y arte. Pues bien, es de esto sobre lo que quiero compartir mi reflexión. La Biblia forma parte del entramado cultural de Occidente, más allá de su dimensión de libro básico para la vida de un creyente. Ha inspirado pintura, escultura, literatura, música. Ha pasado, en forma de refranes, al ámbito de lo popular, de tal modo que, en ocasiones, apenas recordamos esa conexión inicial. Si, como aseguraba el gran traductor de la Biblia al latín, la lengua vernácula de su época, San Jerónimo, «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo», quejándose de la ignorancia de la misma entre algunos fieles, su desconocimiento por parte de personas que se consideran cultivadas, es un ‘pecado cultural’, que impide conocer muchas de las claves de la civilización occidental.
A lo largo de los siglos, han sido muchas y diversas las traducciones que de los textos originales hebreo, griego y arameo se han vertido a las diferentes lenguas. En castellano las tenemos en la Edad Media, como la Alfonsina de 1280. La reacción frente al luteranismo hizo que desde el siglo XVI, con la prohibición del inquisidor Fernando de Valdés, hasta el XVIII, con la traducción del padre Felipe Scío, no se volvieran a hacer traducciones, truncando la que hubiera sido una bellísima, la salida del genio poético y literario de fray Luis de León, existiendo sólo la de Casiodoro de Reina, un monje jerónimo pasado al luteranismo, que realizó la famosa ‘del Oso’, de uso entre los protestantes españoles, aunque al día de hoy su lenguaje resulta anacrónico.
A lo largo de los últimos años se han hecho bastantes traducciones, de desigual calidad. Sin embargo, la que debería ser referente, la de la Conferencia Episcopal, resulta, en este sentido, lamentable. Un desastre cultural, que se une a una no menos catastrófica traducción del misal romano, que no gusta a nadie, ni progresistas ni conservadores. ‘Traduttore, traditore’.
La Biblia, por su importancia cultural, además de  religiosa, merece un texto castellano bello, de calidad, que aúne comprensibilidad con fidelidad a los originales. Sería una gran aportación de la Iglesia Católica a la cultura española actual.