Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


Esto es lo que hemos sembrado

09/07/2021

Y ahora estamos recogiendo la cosecha. Egoísmo, despotismo, mala educación –mala crianza dicen en otros lugares-, incapacidad para el esfuerzo, insolidaridad, infantilismo… No voy a caer en la injusticia manifiesta que supone la generalización y, por tanto, no voy a decir que así son nuestros jóvenes. No sería verdad, la inmensa mayoría son trabajadores y responsables. El problema es que sí hay demasiados con las características que he enunciado y alguna más que me ahorro por no cargar más las tintas.
Una parte de la cosecha, la estamos recibiendo por medio de contagios ¡qué les importa a ellos que sus padres o abuelos terminen en la UVI o incluso no terminen! No pueden prescindir del botellón, esa cultura –incultura diría yo- de rebaño salvaje y desbocado. Pero además no pueden hacer uso de la mascarilla y mucho menos de mantener una mínima distancia. ¡Pobrecitos míos! Dicen muchos padres (y madres), ‘necesitan divertirse’ ¡faltaría más! ¡a ver para qué han venido al mundo sino para hacer lo que les dé la real gana! ‘Es que, con solo treinta y cinco años que tiene mi niño, no lo vas a frustrar impidiéndolo formar parte de la manada nocturna’, bien apretada como corresponde al rebaño lanar y, por supuesto, sin mascarilla.
Estamos comprobando que allí donde más ‘florece’ la libertad’, el número de contagios es mayor, véase Cataluña, comunidad progresista por excelencia, dónde a un joven no se le puede prohibir ni siquiera quemar una ciudad si  le apeteciera. Al principio este aumento de contagios entre jóvenes no tenía –nos creíamos- ninguna consecuencia, porque es sabido que los jóvenes no sufren, salvo excepciones, las consecuencias de la pandemia de la misma manera que los adultos. Pero claro, como aunque ellos sean asintomáticos, no impide que contagien, al cabo estamos viendo un aumento también en la población mayor. Porque después del botellón no se van a sus propios apartamentos, se van a casa de sus padres a tomarse un buen desayuno preparado por mamá que les permita recuperar fuerzas de la ‘mala noche’ vivida y dormir después hasta la hora del siguiente botellón.
Con esta ‘cualificada’ mano de obra, hemos conseguido estar a la cabeza de Europa en contagios. Alguna comunidad autónoma ha tenido que castigar estos desmanes azotando al sector de la hostelería, volviendo a cerrarlo. Esta medida es una expresión más de esa política cobarde que practicamos, que consiste en: como no nos atrevemos a meter en vereda a los salvajes, castigamos a los pacíficos. Porque esto es lo que pasa con la hostelería, al menos en una gran proporción. Como los poderes públicos no se atreven a evitar o disolver los botellones a cara descubierta en las playas y otros muchos sitios, cierran los locales de ocio nocturno, locales en los que al menos hay un responsable de que se cumplan las normas, aunque tampoco lo consigan siempre, sobre todo por temor a la barbarie con que te puedes encontrar si tratas de corregir a sus autores.
¿Cuál es la solución? Pues nada fácil, sobre todo porque en España no somos muy amantes de la disciplina y porque además, nadie admitiría que a sus santos descendientes les corrija nadie. La labor la empezamos desde los colegios y cuando crecen, ya es tarde para enmiendas. Pues esta es la cosecha de ese cultivo…