Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


De algunos canes y algunos dueños

15/09/2022

Si partimos del principio de que por las calles no hay perros abandonados, ya que las ordenanzas municipales que regulan la tenencia de animales, para hacerlos compatibles con la higiene, la salud pública y la seguridad de las personas, disponen que, en ese caso, serán recogidos por los servicios municipales para llevarlos a un centro de recogida, todos los que vemos - y los que no vemos, pero adivinamos por su rastro- tienen un propietario que debe hacerse responsable del animal.
A quienes viven en las ciudades no se les exige como requisito ser propietario de un perro y no hay norma, al menos yo no la conozco, que imponga a los ciudadanos tolerar y soportar serenamente las molestias de los perros de quienes disfrutan de ellos voluntariamente. Por tanto, cabe preguntarse sobre la oportunidad de tener que derivar más gasto público del común para limpiar y renovar lo que estos animales manchan, contaminan, estropean y deterioran.
Es una fastidiosa y triste gracia que las calles de Toledo despierten sistemáticamente con las calles, los bancos, las farolas, las aceras, las paredes, las esquinas, e incluso las rejas de las ventanas a ras de suelo de las casas, señaladas por un perro apremiado por la repleción de su vejiga. Un perro que su dueño no conduce hasta las alcantarillas o la tierra para evitar la suciedad, los malos olores y la corrosión del mobiliario urbano.
Conozco, respeto y admiro a los animales, pero creo que en algunas ocasiones caemos exageradamente en el antropomorfismo, atribuyendo características humanas, malinterpretando su comportamiento, haciéndoles dependientes y privándoles de su condición de animal y de su ambiente, solo por la satisfacción de su compañía.
El otro día me dispuse a renovar el certificado digital de vacunación del COVID y, después de introducir los datos requeridos, el sistema hizo una comprobación para determinar que era un humano y no un robot. Para mi sorpresa, me ofreció una serie de fotografías de perros de distintas razas, tamaños y pelajes, retándome a que marcara las fotografías con perros sonrientes. ¡Perros sonrientes!!! Dudando sobre que entendería por perro sonriente, como necesitaba el certificado, señalé lo que me pareció, sin ningún criterio porque no tengo conocimiento alguno para distinguir un perro sonriente, ya que entiendo que la sonrisa es un gesto humano con muchos matices: falsa, coqueta, despreciativa, malévola, bondadosa, irónica, sarcástica, satírica, triste, burlona…  Obviamente fallé. A intentarlo de nuevo. Esta vez señalé todos los que tenían la boca abierta, luciendo dientes, pero en actitud no demasiado agresiva. Acerté, por lo que tengo el certificado, pero también la certeza de que sería más apropiado volver a los semáforos, los puentes o las bicicletas para no caer en la extraña sensación de comprobar que no eres un humano porque no sabes identificar un perro sonriente.
Aunque también es verdad que si un humano fuese capaz de saber si su perro sonríe, sabría interpretar las señales que anuncian la micción y podría llevarlo hasta un lugar donde ni moleste, ni ensucie ni cause daños.