Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Mi corona de Adviento

02/12/2020

Desde hace algunos años se ha ido extendiendo, poco a poco, por España, una bonita tradición centroeuropea, la corona de Adviento, que viene a ambientar estas semanas previas a la Navidad. Comenzó, tímidamente, en las iglesias, a modo de símbolo visible que recordaba la progresiva preparación, a lo largo del tiempo litúrgico del Adviento, de las fiestas navideñas. Paulatinamente ha ido entrando también en las casas, convertido en un elemento decorativo más, sin perder su original sentido religioso. El simbolismo es claro. El verde de las ramas, originalmente de pino o abeto, árboles de hoja perenne, evoca la vida que perdura en medio de las oscuridades invernales, mientras la forma circular recuerda el ciclo ininterrumpido de las estaciones que se suceden. Las cuatro velas representan los cuatro domingos del Adviento y su color es el correspondiente al litúrgico de cada uno de ellos, siendo el morado el propio de este tiempo litúrgico y el rosa el del tercer domingo, llamado de Gaudete, o domingo de la alegría. Su encendido, domingo tras domingo, va jalonando la cercanía, cada vez más próxima, de la Navidad.
Me gusta preparar, junto a la mesa de trabajo, mi personal corona de Adviento. El sábado por la tarde fui a recoger hojas caídas de los plátanos, a las que añadí algunas ramitas verdes, cargadas de bayas rojas. Con ellas compuse la corona, utilizando las marrones y secas hojas a modo de base, sobre la que situé las cuatro velas, uniendo éstas, en forma de círculo, con las ramas de arbusto. Semana tras semana voy encendiendo las velas. Me gusta, iluminado tan sólo por ellas, sumirme en mis pensamientos y reflexiones, ahondar en mi interior o abrirme en oración a la meditación de lo que significan estos días. En medio del ruido ensordecedor que silencia el sonido melodioso del Misterio, esos momentos me ayudan a bucear en el hondón de mi ser, para encontrarme conmigo mismo, paso ineludible para cualquier encuentro auténtico con los otros y con el Otro. En este año tan pródigo en oscuridades y dolor, más que nunca urge pararse a contemplar nuestra realidad más auténtica, hecha de fragilidad, una fragilidad que hemos palpado en el hundimiento de nuestros proyectos, en el desgarro doloroso de los seres queridos que nos han abandonado de modo trágico e inesperado, en la incertidumbre de un mañana que se nos vuelve escurridizo y volátil.
Pero esta oscuridad que nos envuelve y que podría resultar insoportable, sin embargo, es iluminada, poco a poco, quizá de manera débil y vacilante, por una Luz, que, como la de la corona, va aumentando progresivamente su brillo. Quizá esta Navidad sea la más extraña que hayamos vivido, pero se nos ofrece la oportunidad de que sea la más auténtica, despojada de tanto ropaje espurio que la desfiguraba, mostrando su verdadero rostro, el de un Dios hecho Niño que en su debilidad comparte la nuestra.