Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


La casa de la española

23/10/2020

Reviso las propuestas. Veintiún casas. Autor y año en letra pequeña. No tengo las gafas, ya los leeré. Recorro una por una. Me fijo en las fotografías. Llego a la casa de las columnas. Una mujer con túnica blanca apoyada en una de ellas. Un hombre, relajado, tumbado en el suelo. Un cañizo, desde el muro hasta los pilares, tamiza el sol que cae suave sobre el terrazo, baldosas pequeñas que brillan y reflejan las sombras. Una puerta entreabierta. Un muro de piedra. Un horizonte de bancales más allá del sol y de la verticalidad y la horizontalidad. No me hace falta más. En ella, en esa vivienda, caben todos los veranos. Y quizá una vida. La elijo.
Llego a la oficina, cojo las gafas, y busco la casa. Casa Victoria en Pantelleria. Tusquets y Clotet. Principios de los setenta. Busco fotografías. Las amplío. La casa es un vacío que se asoma al Mediterráneo en el noreste de Pantelleria. Allí, más cerca de África que de Sicilia, el mar debe ser azul y todo debe quedar lejos. Muy lejos. Cojo otra fotografía. Dos mujeres bajan por una escalera. Ambas con túnica blanca, pelo recogido, una con pañuelo también blanco; la otra con un sombrero. Blanco. Cuento los peldaños. Fijo los pilares en mi cabeza. Pilares de hormigón desnudo, mal encofrado, como si quisiera que los vientos y las distancias se quedaran enredados en los días de temporal. Al fondo mesas a la sombra. Más gente. Vida. Y al fondo los bancales grises, planos de un espacio que abre, que arroja la casa hacia el mar.
Desde el Mediterráneo la casa es un templo gastado, como los que aún sobreviven en las islas del Egeo e Italia. La busco en Google Earth. Ha crecido vegetación desde las fotos de los años setenta. Nada ya es tan limpio. Ni tan blanco. Recorro entre los dammuso hasta que la encuentro. La nombran La casa de la española, Casa della Spagnola. Analizo las plantas, las secciones. Pero la vivienda es simplemente el espacio que abren las columnas, la distancia que enmarcan, el mar y el cielo, y los bancales duplicados por el terrazo brillante, como un segundo cielo que hace que el suelo desaparezca, y los azules se fundan. No hay mar. No hay suelo, ni rocas sujetando la tierra fértil de los bancales donde crecen vides apretadas, parapetadas, esperando la brisa húmeda de los atardeceres.
Dibujo los bancales, las plantas mínimas, la sección de las terrazas cayendo hacia el mar. Unos trazos mínimos para las columnas. Y pongo dos estatuas de Kolbe, desnudas, observando el Mediterráneo. No me queda demasiado bien. Lo sé. Los días de este octubre no dan para más. Trapani a Pantelleria, siete horas y media en ferry. Más de siete horas sobre el Mediterráneo. Habrá que ir. Esta primavera.