Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Juan de Aragón

20/11/2019

Ya saben ustedes eso de que cuando se coge la linde…no se suelta. Pues parece que estoy en ello. La semana pasada les hablaba de un obispo toledano y ésta vuelvo sobre otro, aunque posterior. Pero creo que vale la pena, ya que se trata de una gran figura de nuestra historia, de la que acabamos de recordar, de modo discreto, el centenario.
En efecto, el pasado 14 de noviembre se conmemoraba el séptimo centenario del nombramiento de don Juan de Aragón como arzobispo de Toledo. Era el tercer hijo del rey Jaime II de Aragón y de Blanca de Anjou, siendo desde niño destinado al estado eclesiástico. Realizó sus primeros estudios en la Cartuja de Scala Dei, en Tarragona, y los universitarios posiblemente en el Estudio General de Lérida, erigido por su padre en 1300.
Tras recibir diversos beneficios eclesiásticos en Castilla, entre ellos una canonjía en Toledo, fue promovido por el papa Juan XXII a la dignidad de arzobispo de esta Iglesia, recibiendo la consagración en Lérida en 1220. Su venida a Toledo era muestra del interés de su padre por afianzar buenas relaciones con el reino castellano, así como del de su cuñado, el poderoso y culto infante don Juan Manuel, casado con su hermana Constanza, uno de los nobles que manejaban la política del reino durante la minoría de Alfonso XI. Regiría la sede toledana entre 1319 y 1328.
Su pontificado se vio alterado por los enfrentamientos con su cuñado, quien quiso apropiarse de algunos derechos de la silla arzobispal, así como del título de canciller mayor de Castilla. Don Juan, cuyo temperamento le hacía enemigo de discordias, terminó abandonando el reino, permutando la sede con el arzobispo de Tarragona, Jimeno de Luna, nombrándosele patriarca de Alejandría y administrador de Tarragona. Fallecido el 19 de agosto de 1334, fue sepultado en la seo tarraconense, en un bellísimo sepulcro realizado por un discípulo de Giovanni Pisano.
Hijo de uno de los monarcas más cultos de su época, tuvo grandes dotes intelectuales, siendo autor de varios tratados sobre doctrina cristiana, imbuidos de profundo talante pastoral; asimismo realizó una compilación de concilios catalanes de los siglos XIII y principios del XIV. Su obra más famosa fue un pequeño catecismo en latín. Promovió la composición, por el franciscano Poncio Carbonell, de unos amplios comentarios sobre la Biblia. Por otra parte, fue un destacado predicador, con más de cien sermones pronunciados, expresión de sus afanes reformadores.
Parte de su legado, como una serie de manuscritos y una cruz de oro con reliquias del Lignum crucis, se conserva aún en la catedral toledana.
Juan de Aragón fue una de las figuras más cultas y piadosas de su tiempo, reflejo de un momento en el que, por encima de las divisiones políticas, existía un fuerte espíritu común que aunaba a todos los reinos hispánicos. Algo que urge reivindicar y recuperar en este difícil momento.