María Ángeles Santos

Macondo

María Ángeles Santos


Comparando constituciones

05/12/2019

No sé si hay mucha gente que se haya leído la Constitución de principio a fin. Si acaso, para preparar una oposición y poco más. Claro, que siempre está el recurso de acudir a san Google, que lo tiene todo, y así, de paso, nos enteramos de qué dicen otros textos de países de nuestro entorno o de mucho más allá.
Hace tiempo, y mientras buscaba ideas para preparar un trabajo, me topé con una herramienta lanzada por un famoso buscador en Internet. ‘Constitute’ se llama, y es ni más ni menos que un comparador de las casi doscientas Constituciones en vigor a lo ancho y largo de la geografía mundial. Muy curioso. Agrupadas en treinta temas, se nos muestran las diferencias y similitudes en derechos y deberes. Del Gobierno y de los ciudadanos, por supuesto.
Algunas datan de hace pocos años, otras, de principio de siglo, muchas de mediados del pasado siglo, después de la guerra mundial y de los movimientos independentistas. Todas hablan de libertad, de derecho a la educación, al trabajo, a la vivienda, a la sanidad, a la Justicia, a la libre expresión, a la paz, al bienestar de todos, con especial incidencia en los más desfavorecidos, léase ancianos y niños…
Alguna va más allá y habla de derecho a la felicidad. E incluso, como en el caso de Bután, establecen el FIB, índice de felicidad bruto como un medidor de la situación de sus ciudadanos. También aquí, en la Constitución salida de las Cortes de Cádiz, la famosa ‘Pepa’ de 1812, un artículo decía ‘El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen’.  Ya veis, cualquiera tiempo pasado sí fue mejor.
Sobre el papel, nuestra Carta Magna resiste cualquier comparación. Y hasta queda en buen lugar. Desafortunadamente, cualquier parecido con la realidad actual es mera coincidencia. Sabemos a lo que tenemos derecho y dónde lo pone. Nada más.
Por eso no me interesa demasiado el debate sobre la reforma de la Constitución del 78, que conmemoramos estos días. Que si para solucionar el problema catalán, que si para ‘arreglar’ el tema de la Corona, para delimitar las funciones del heredero…Por no hablar de que la Ley de leyes perdió para mí todo su carácter de sacrosanta, su aureola de marco perfecto para la convivencia, cuando fue modificada, con agosticidad y alevosía tras una llamada de Merkel para establecer el maldito techo de déficit que Dios confunda.
Sería preciso un comparador sobre el grado de cumplimiento,  no sobre el texto, sobre el papel que lo aguanta todo. Y mucho que temo que en ese análisis, el de la realidad, habría pocas diferencias entre los países.
Cuando el coronel Buendía se retiró a Macondo, tras participar en 32 guerras y constatar que no se luchaba por las ideas, sino por el poder, dijo eso de que la única diferencia entre liberales y conservadores era que los primeros iban a misa de cinco y los otros, a la de ocho. La única comparación posible.