Seguir creciendo, año a año, para alcanzar otro récord histórico pero desde la sostenibilidad, la diversificación y alejado de las conflictivas masificaciones que sufre la actividad turística en algunos destinos, complicando la convivencia entre turistas y residentes. Esas son las metas que España se fija en el año turístico que tiene en Fitur su primera piedra de toque. Una de las ferias centradas en el turismo más importante que se celebra en todo el mundo reúne desde ayer a casi un millar de expositores y a más de 11.000 empresas de 165 países que venderán su oferta turística en un tono de moderado optimismo del sector en España, en un año que viene marcado por un débil crecimiento económico de los principales mercados turísticos, el aleatorio escenario del precio del petróleo, la fortaleza de los competidores y el incierto desempeño final de la economía española, según recoge el lobby Exceltur, que agrupa a los principales agentes del sector turístico nacional.
Consolidado como el segundo destino mundial por número de visitantes y también por ingresos, la actividad turística es la responsable del 15 por ciento de la riqueza que se genera en España y lo hace a través de un modelo que ha abierto su abanico desde el tradicional destino de sol y playa ofreciendo ahora productos en los que el patrimonio o la propia gastronomía juegan un papel determinante para atraer visitantes. No en vano, España logró otro récord de turistas extranjeros en 2019, con 83,7 millones de viajeros internacionales y un gasto de 92.337 millones de euros, según las cifras presentadas esta misma semana por la ministra de Industria, Comercio y Turismo.
Y es ahí donde la España vacía, o desaprovechada, tiene una oportunidad. Esa diversificación de la oferta ha ayudado a generar negocio en el turismo rural. Convertir ese turismo en palanca de cambio que dé impulso y modernice esas zonas debe aparecer sí o sí en la hoja de ruta que se fijen las administraciones a lomos de una actividad que sigue ganando peso en la economía española.
Ejemplos como el VIII Centenario de la Catedral, que se celebra en 2021 pero que ya está en marcha, o la magna exposición que sobre Burgos y Toledo que se prepara en abril sirven para advertir la capacidad de ese motor de atracción turístico en el que puede convertirse, por ejemplo, la cultura. Es el momento de convertir oportunidades en realidades en las zonas despobladas y ser capaces de ‘vender’ una oferta competitiva más allá de escapadas puntuales en verano. Recursos naturales y patrimoniales hay para ofertar, aunque ese esfuerzo debe venir acompañado también de otras medidas, como la mejora de infraestructuras, que ayuden a vertebrar el territorio y, de paso, la oferta turística del país.