Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Malas hierbas

28/04/2022

Como cada primavera, el paisaje se renueva. Durante el invierno, la fábrica del suelo ha funcionado a toda máquina para recuperar la energía con la que ahora todo empieza a brotar con fuerza. A la tarde salen de nuevo las hierbas que habías quitado por la mañana, tratando de despejar lirios y rosales, árboles frutales o cultivos del huerto. Malas hierbas las llamamos, justa o injustamente, porque precisamente van a crecer donde nos molestan y porque pueden llegar a ser un problema, si aparecen en grandes cantidades, ya que compiten por el espacio, la luz, el agua y los nutrientes, mermando el rendimiento de los sembrados.
Son curiosas cada una de estas plantas que, agrupadas todas en la misma categoría de maleza, confundimos. Estos días me ha llamado la atención, más que otras veces, la Galium aparine, también llamada amor del hortelano, azotalenguas o lapa, porque ha formado un genuino tapiz cubriendo la hiedra. Tiene su función e incluso, como el cardo de la especie Cynara cardunculus, se emplea como cuajo en la fabricación de quesos.
A pesar de su mala prensa, hay estudios de científicos malherbólogos que muestran evidencias suficientes de los beneficios que brindan las malas hierbas a los ecosistemas, gracias a la diversidad de características que reúnen estas especies. Controlan plagas porque son hábitats de sus enemigos naturales, aumentan el contenido de nutrientes del suelo, mejoran sus propiedades físicas o favorecen la abundancia de polinizadores. Por eso, es esencial conocer la importancia de la reducción del empleo de herbicidas, del mantenimiento de la vegetación natural, de la implantación de cultivos de cobertura y de las practicas que promueven el manejo de la comunidad de malas hierbas en lugar de su completa erradicación de los campos agrícolas.
Hay plantas que, en lugar de competir entre sí, se ayudan en su desarrollo. Por ejemplo, la asociación de maíz, judías y calabazas de origen precolombino, que Diego Rivera pinta maravillosamente en los murales del Palacio Nacional de Ciudad de México dedicados a la epopeya del pueblo mejicano. En este ancestral ecosistema agrícola, conocido como milpa, el maíz sirve de tutor a las judías que trepan por su tallo de porte alto. Las leguminosas judías aportan nitrógeno al suelo que aprovechan el maíz y la calabaza. Y la calabaza, cucurbitácea de amplias hojas, con su sombra protege el suelo del sol, manteniéndolo húmedo y reduciendo la aparición de hierbas competidoras.
Las pinturas de Rivera a menudo van más allá de los principios ideológicos con los que orientaba de manera intencionada su obra, también incorpora elementos simbólicos y alusiones a la cosmogonía prehispánica. Siendo el maíz clave en su cultura, representa a la diosa azteca del maíz Chicomecóatl, cuyos ritos religiosos implicaban sacrificios humanos. Algunos autores consideran que Rivera reinterpretó estos sacrificios en el mural de la Capilla de Chapingo, donde aparecen los cadáveres de los mártires revolucionarios agrarios, Zapata y Montano, bajo una superficie de maíz que fertilizan con su sangre.