Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Los taxistas de Londres

12/11/2020

Qué yo entiendo que no vas a estar todo el día cuestionando lo que oyes, lo que escuchas, lo que ves o lo que lees, dudando y aplicando sin piedad el espíritu crítico, porque haces la vida imposible a los que te rodean y, fundamentalmente, porque sufres demasiado. Al fin y al cabo, qué más da si tomas malas decisiones económicas porque te dicen en la televisión que dos más dos ya no son cuatro, si pierdes el tren por no confirmar el horario que te ha dicho uno al pasar, si le cuentas a quien confía en tu criterio lo que te parece porque no tienes ni idea pero estás seguro de que tu opinión es infalible o si te crean una crisis existencial las teorías conspirativas que se difunden por algunas redes sociales irrefutables. Qué tampoco vas a estar desconfiando de los -19º C que marca un congelador, siendo este digital, aunque se derritan los helados.
Qué también comprendo que para trabajar, transportando personas o mercancías a lo largo y ancho del país, no vas a prepararte de la misma manera que tienen que hacerlo quienes pretenden obtener una licencia de taxista en Londres. El examen que deben superar, the knowledge, está considerado entre los más duros porque exige no solo saberse al dedillo todas las calles, vías y rutas alternativas del mapa de una de las ciudades más grandes del mundo, sino porque también se deben conocer los lugares que puedan ser de interés para el usuario para, si lo requiere, informarle y recomendarle.
Contaré una anécdota, diré que divertida porque conviene tomarse la vida con humor. Hace unos días, después de haber explicado con exhaustivo y meticuloso detalle mi ubicación y facilitado hasta mi posición geográfica, recibo una llamada del conductor que debía venir a mi encuentro. Me explica que está en el kilómetro 142, llegando a mi sitio. ¿Cómo? Si yo estoy esperándole en el 139 como previamente habíamos acordado. Sí, es verdad, pero es lo que me dice el navegador que haga, me dice. Atónita le recomiendo que dé la vuelta porque me ha dejado atrás. Pacientemente aguardo pero, como transcurre más tiempo del razonablemente suficiente para verlo aparecer, me puede la zozobra y le llamo. Estoy en el 134 porque es donde me ha mandado el navegador, me informa. Resignación. Estás perdida si quien viene a buscarte solo atiende instrucciones de un navegador que odia al kilómetro 139…
Le concedemos poco tiempo al espíritu crítico, que tan útil resulta para formarnos un criterio propio y tomar nuestras decisiones, analizando y evaluando la información que nos llega para tener una idea propia y actuar en consecuencia. Especialmente práctico cuando reina la pura retórica, se prodigan los mensajes simples y repetitivos y se camufla la verdad tan astutamente entre falsedades o medidas verdades que cuesta trabajo identificarlas incluso a los profesionales. Aunque, bien es cierto, que la desinformación empieza por no dar información o por ofrecerla sesgada para resaltar aquello que apoya las intenciones de quien discursa.