Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Murieron con las botas puestas

22/11/2019

Los pesimistas piensan que vivimos tiempos convulsos debido a que la ignorancia campa a sus anchas. Mencionan la tiranía de la superficialidad y que la presencia asfixiante de las redes sociales facilita el extremismo militante. Algún pediatra hablará de las dificultades para la concentración de las nuevas generaciones ante el impacto abrasivo de los dispositivos. Para rematar la foto, el típico informe nórdico perdido por las webs dirá que la exposición temprana a la televisión reduce la inteligencia de los menores de edad.

Si nos remontásemos varios siglos atrás no encontraríamos con facilidad personas versadas en Copérnico o las Confesiones de san Agustín, pero seguro que eran capaces de sentir el viento y saber que en tres días iban a bajar las temperaturas. No es que fueran más tontos o básicos, sino que se preocupaban solo de las cosas que les afectaban. Cuando ya no te preocupas por sobrevivir es el momento donde el individuo empieza a cuestionarse cosas, aunque no siempre con la actitud correcta.

Algo de esto late en el malestar de los asalariados con respecto a sus magras nóminas. Me temo que confundimos la dignidad del sueldo con la capacidad que tiene el salario de cubrir nuestras expectativas personales. El importe de la retribución no dota de mayor dignidad al trabajo ni hace mejor a la empresa; solo está referenciado a la productividad real de la compañía.

En 1942 el informe Beveridge entendió que la única manera efectiva que tenía Gran Bretaña de resistir al totalitarismo, más en concreto al comunismo, era crear el Estado de Bienestar. El gobierno se aplicó con ganas y fue cogiendo su propia dinámica. Con millones de muertos, un tejido industrial devastado y una deuda galopante es posible que Occidente no tuviera muchas alternativas para frenar el atractivo soviético. Nuestro error consiste en creer que una medida es acertada para cualquier contexto temporal.

Hace cincuenta años, el reto era distribuir la riqueza generada, justamente ahora el problema es generarlo. Las desagradables experiencias de la agencia Thomas Cook o la empresa WeWork confirman cómo ambiciosos ejecutivos se enriquecen a costa de las empresas que hunden. Eso no es capitalismo sino codicia. Ese es un lujo que los trabajadores no se pueden permitir. La batalla consiste en reducir el coste de la vida, no en inflar los sueldos. La intervención pública ha encarecido el precio de la vivienda. Hasta que no se solucione, la injusticia se extenderá.