Llegada la recta final de la temporada, donde se juegan algunos de los partidos más desesperados y algunos de los más inútiles, una de esas mil normas no escritas en el fútbol decía que si un equipo se jugaba 'algo' y otro 'nada', lo normal era que el primero ganase el partido.

Por eso nos sorprendió tanto lo que sucedió el pasado jueves en el Camp Nou, cuando un Granada en tierra de nadie le quitó quién sabe si media Liga al Barça remontándole un 1-0. Y por eso nos sorprendió el 0-1 del Pizjuán, donde el Athletic luchaba por la honra y el Sevilla por una oportunidad histórica de meterse e la pelea por el título. Y por eso siguen sorprendiéndonos tantas cosas de este nuevo fútbol sin público ni explicación. Y sí, podríamos acudir al manual de los mil tópicos, tal vez más leído que el de las mil normas tácitas, y decir que «claro, los equipos que están sin presión juegan más 'sueltos', y eso es un arma de doble filo».

Por eso no entendí muy bien la media explosión de júbilo en Madrid (en la parte blanca, digo) cuando el Sevilla se dejó las opciones en la clandestinidad del lunes. Decían jubilosos: ahora que ya no son candidatos vendrán a Valdebebas el domingo con esa plácida sensación de temporada terminada y nuestras opciones de título se disparan. Y risa maléfica para hacer mutis por el foro.

Pero estos tiempos de equilibrio y sorpresa apuntan a otro lado: la mediocridad generalizada (¡Vaya añito de fútbol nos estamos zampando en España!) ha dado un giro de 180º a la lógica, y ahora no gana el que se juega algo sino el que no está nervioso. El Real Madrid, especialista histórico en controlar los nervios en los momentos de histeria colectiva, sigue siendo favorito. Podría tirar la temporada en cuatro días (como hizo en 2019 con aquellas dos derrotas ante Barça y Ajax), pero claro, no tenían al 'brujo' Zidane al timón…