Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Cijara: expolio y desprecio

27/08/2021

Al sur de Talavera de la Reina, en tierra de nadie, en ese inmenso agujero negro que se extiende por los que fueron Montes de Talavera, Toledo y Villa Real, guardados por cuadrilleros de las Santas Hermandades Reales y Viejas, reposa hoy uno de los territorios más abandonados, vacíos y olvidados de España. Allí el Guadiana se embalsó en los años 50 del pasado siglo por la presa del portillo de Cijara, obra en la que ya intervino durante la II República y los primeros años de la Guerra, Manuel Díaz-Marta. Quedó un inmenso desierto en cuyo corazón, como un puñal de acero o un dragón alzando el vuelo sobre los Guadarranques, espejea el inmenso embalse: más de 1.500 hectómetros cúbicos, 6.567 hectáreas anegadas del propio Guadiana, del Estena, del Estomiza, del Estenilla… y más de 60 kilómetros de cola, casi hasta las magníficas y –por suerte– olvidadas Hoces de Puebla de Don Rodrigo. Un mar de agua en un país donde la Jara cae suave en rañas y crestas cuarcíticas, país de buitres, encinas, madroñas y silencio; limpio y libre como pocos.
El único recurso en una de las zonas con menor densidad de población de Europa es el agua. Y este año el Ministerio que se define para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, ha dejado Cijara casi vacío. A un 14 %, poco más de 211 hectómetros cúbicos. No es sequía, es desprecio a unos pueblos y a unas gentes que intentan vivir en este territorio de frontera, que dudo mucho que en los despachos de Madrid, Mérida, Cáceres o Toledo sepan por dónde cae. Un despropósito dejar un embalse de estas características al 14%, mientras aguas abajo, Puerto Peña y Orellana mantienen un 44% y 64% respectivamente. No se puede gestionar Cijara como un barreño, desde el botón de una hidroeléctrica, a presiones de regantes muchos kilómetros más abajo, o desde el despacho de un responsable de la Confederación. Si para mantener Cijara al 60 % es precisa una playa, hágase como en Orellana.
El modelo de gestionar los grandes embalses en España, y en especial los de gestión hiperanual como Cijara, debe cambiar. El Guadiana ya no lleva hasta Cijara, desde los años 80 del pasado siglo, más de 400 hectómetros cúbicos que deberían salir por las Tablas aguas abajo. Las Tablas, convertidas en un despojo y otra vergüenza. Cijara necesita ahora cerca de tres años de aportaciones medias para llenarse. Y, además, hay que pensar de una vez por todas en la gente que vive junto a los embalses, y de ellos: el turismo, la pesca, la observación de la Naturaleza… La gente que aún sobrevive en la España poco poblada, y a la que, como en el caso de Cijara, no hace más que machacarse, a la que no va a ir a ver una ministra, y que no sale en los telediarios. Esa España, quizá la más auténtica, aún existe. A duras penas, pero sobrevive y merece respeto y consideración.
Es un disparate, un desprecio y un expolio lo que está ocurriendo en Cijara. Y, repito, no es sequía, es un modelo de gestión propiciado por gestores que no saben que los ríos, los embalses ya no se pueden manejar como décadas atrás. Recuerdo el Cijara casi vacío en las sequías bíblicas de los 90. En julio y agosto del 95 sólo retenía poco más de 80 hectómetros cúbicos. Un día de calor infernal bajé hasta los venerables ladrillos del mudéjar de la Puente de la Cañada Real Soriana Oriental. El puente de Villarta. Unas ovejas aguantaban a la sombra mínima de los arcos. Ni rastro del Guadiana ni de agua. Sólo el desierto, la marca del agua ausente decenas de metros más arriba. No aprendemos nada. Nada.