Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Mantis con pamela

01/07/2022

Nado en la piscina de sal. A veces saco la cabeza, respiro, abro los ojos, y un buitre negro pasa muy alto en el cielo azul, recortado entre los bloques rojos de ladrillo en medio de la ciudad. Entonces paro y me lo quedo observando, con el agua chorreando por los ojos, distorsionando la realidad. La distancia. Nado y las mantis con pamela observan desde el borde, tomando el sol de junio. Recuerdo entonces a Burt Lancaster en El nadador, cruzando todo el condado –y toda una vida– de piscina en piscina. El agua está fría. Perfecta. ¿Recuerdas aquel poema de Anne Sexton? Coloqué hace unos días su Poesía completa en la biblioteca, la liberé de la ceniza del invierno. Aquella gruta en Capri, The Nude Swin, el agua transparente, la Odalisca roja de Matisse ingrávida sobre el fondo del Mediterráneo…
En la pantalla de mi teléfono La bailarina de Klimt, mirando altiva. Geisha de flores y rojos. Escucho en los auriculares a Nick Cave & The Bad Seeds, ahora People Ain't No Good. Hace un momento Tom Waits y su Time. Escribo proyectos, programas, observo imágenes de satélites y campos de colores imposibles. Ahí debajo hay águilas y avutardas. Pero no las veo. Cruzan por mi ventana durante un segundo entre el ruido de las sirenas y los coches, parejas de cotorras, raudas, esmeraldas y fulgurantes. Vuelan pocos vencejos. Este año no veré a los míos, ni los primeros vuelos de mis cernícalos.
En el Metro releo a Dumas: Villefort, Dantés y el abate Faria. Libro de papel, amarillo, Ediciones Petronio, del 78, el año del Mundial y la lluvia. Isla de If. Tengo pendiente ir a Pantelleria, más al sur, el mismo Mediterráneo, la casa de Tusquets y Clotet, pilares de hormigón abalconados como un templo en la distancia. Y a Nápoles, al cabo Miseno, a la piscina Mirabilis, donde claudica el acueducto de Serino. En el Metro siempre recuerdo el Caballo de cartón de Sabina, el Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal… pero sobre todo aquello de las ambiguas horas… y es pronto para el deseo y demasiado tarde para el amor.
A veces, como hoy, antes de que cierren, busco mesa en cualquier terraza y me tomo una cerveza en los bares de Legazpi. Los niños juegan en las plazas y lo llenan todo de gritos y de agua, de balonazos y vida. Me sentaré, contemplaré la última luz a poniente, y volveré a Dumas. Pero antes: ¿Has olvidado el poema de Sexton? Aquel del recuerdo de los escarabajos de agosto y haber caminado descalzos por la arena desde el 20 de junio… A veces saco la cabeza, respiro, abro los ojos.

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