Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


¿Derecho a morir? ¡No! Licencia para matar

26/03/2021

La mejor prueba para saber si algo es positivo o negativo, digno de alabanza o vergonzoso, es comprobar si se refieren a ello de forma directa, sin eufemismos ni disimulos. Cuando algo no se quiere mentar o decir llanamente, es que tiene ‘gato encerrado’.
En el caso de la eutanasia -en las ganaderías se llamaría ‘desvieje’ o ‘limpieza’- pasa esto que les digo. Se nos quiere convencer de su ‘bondad’ refiriéndose a ello con la tan socorrida metáfora de llamarlo ‘derecho a morir’, o aún peor: ‘derecho a una muerte digna’. La realidad es que lo que se establece no es el derecho a morir, sino a matar, que no es lo mismo. Porque el derecho a morir ya existe en España desde el momento en que el suicidio está despenalizado. Y no se rían porque esto no ocurre en todos los países. Es obvio que el suicidio consumado nunca se podría penar, pero sí se podría penar en los grados de tentativa o de frustración o de preparación… Por tanto, la ley de la eutanasia, recientemente aprobada con una ovación digna de la mejor estocada en las Ventas, no ha consagrado el derecho a morir, sino a matar.
No creo que haga falta recorrer el sinnúmero de situaciones en las que el Estado nos quita ‘el derecho a morir’: desde la obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad, hasta el salvamento contra su voluntad de   suicidas o la alimentación obligatoria de quienes se ponen en huelga de hambre. Si lo aprobado fuera ‘el derecho a morir’, en adelante podríamos circular sin cinturón de seguridad, a ningún policía o bombero se le ocurriría sujetar a quien se sube a una cornisa… estaría ejerciendo su derecho. Cuando tal se hace, el Estado solo interviene para garantizar la libertad de su ejercicio.
En definitiva, hagan la ley que crean que deben hacer, pero no engañen ni disimulen y llamen a las cosas por su nombre. Estamos en una sociedad cada vez más infantil y no contribuye en nada a su madurez, los circunloquios ni los arreglos ni los disimulos. Creo hace falta una buena dosis de realismo si de verdad queremos ser demócratas. Porque si de verdad queremos que la sociedad en su conjunto decida –eso es la democracia- el primer requisito es que sepa sin tapujos lo que está decidiendo y sus consecuencias. Esconderse en expresiones que disimulan la realidad o maquillarla hasta hacerla desaparecer ‘sus arrugas’ es engañar.
La demostración de que la eutanasia no es algo como para hacer celebraciones, es que solo existe en cinco países de los casi doscientos que hay en el mundo. Por eso, la ovación con la que recibieron la mayoría de nuestros diputados su aprobación, solo demuestra la nula sensibilidad de sus corazones. Porque, aun en el caso de que fuera necesario aprobarla, el acto de su aprobación debería estar rodeado de demostraciones mucho menos efusivas.
No sé si alguno de esos que apretaron el botón en el Congreso, ha pasado por el trance de aplicar la eutanasia a alguna mascota. No se lo deseo a nadie. Y si es horrible hacerlo con un perro no me puedo imaginar que fuera un ser querido. Sinceramente no me creo ni capaz ni con derecho a ‘apretar el gatillo’. No acepto la eutanasia para humanos.