Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


VHS

01/10/2019

Hubo una cruenta batalla, pero al final, contra todo pronóstico, el mediocre VHS se impuso al Beta y al 2000. Se contaba que todo había sido un movimiento empresarial orquestado por no sé qué oscuras razones, supuestamente comerciales. Lo de la derrota del 2000 no creo que sorprendiese a mucha gente, pero la caída del Beta fue traumática en millones de hogares que habían apostado por la cinta pequeña y de mayor calidad, y habían gastado un buen dinero en los reproductores del momento. Así las cosas, los videoclubs fueron desechando los modelos fracasados hasta dejar a VHS sin competidores.
Entonces volcamos nuestra vida en cintas magnéticas. Aquellas comidas campestres de filetes rusos y ensaladillas rusas en un parque de atracciones con montañas rusas; aquellos cumpleaños de cortezas de cerdo, aceitunas con hueso y coca-fanta; aquellas comuniones de marineros con cruces de madera al cuello y princesas de manos entrelazadas por rosarios blancos de plástico; aquellas despedidas de soltero que olían a la ginebra barata de un cubalibre; aquel bautizo de un niño que reventaba en llanto cuando le derramaban el agua de una venera de plata sobre la cabeza pelada; aquella boda que iba a durar para siempre en la alegría y la desdicha, en la salud y en la enfermedad, todos los días de la vida, que sí, que de verdad se creía así; aquellos primeros pasos del bebé que ese día dejaba de serlo; aquellos últimos pasos de la abuela bajo el sol de otoño; aquella jura de bandera del hijo mayor en Cerro Muriano; aquel primer equilibrio sobre una bicicleta sin ruedines de seguridad; aquellas aguadillas en la alberca del huerto; aquel primer amor del primer verano que se recuerda; aquel cachorro que era parte de la familia y que acabó enterrado en el jardín; aquella verbena de las fiestas del pueblo con la orquesta Exteleison y aquellos coches de choque y aquellas barcas de madera que surcaban los cielos y raspaban los suelos, y aquellos columpios encadenados que giraban a toda velocidad sobre las casetas de tiro y las máquinas de pollos asados con gas.
Ahora sabemos que el VHS tiene cáncer, que su magnetismo fue una trampa para atrapar nuestros recuerdos y condenarlos a la desaparición apenas unas décadas después; que las cintas negras que tenemos metidas en los armarios de casa sólo son féretros rellenos de la nieve que ha devorado cada una de las imágenes y sonidos de lo que fueron los instantes más felices de nuestra vida. Las fotos sepias de los abuelos siguen sonriendo, las imágenes digitales de nuestros hijos vuelan por el ciberespacio, pero nosotros, los analógicos, ya sólo somos una generación de recuerdos borrados.