Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


La naturaleza es culpable

18/09/2020

Estar de manera continua en directo contacto con la naturaleza recuerda de continuo, e impide el olvido, de que todo ser vivo nace, vive y muere, y que la muerte de unos es vida para otro. Que comemos, vamos. Y que, aunque a algunos no nos coman, también nos morimos como todos. Nosotros, en eso diferimos, nos enterramos o incineramos. En la naturaleza no humana los entierros no se estilan. De hecho, contemplé como lo resuelven. Vi una fila de buitres en dirección a una ladera de un monte no muy lejano. Llegue allí en poco más de media hora, y en la corona sobre mi cabeza los había, leonados, a docenas y un gran buitre negro de impresionante envergadura. También acudieron un par de águilas. Pero cuando intente saber cuál había sido su almuerzo me quede con las ganas. Debía ser alguien pequeño, quizás una cría de corzo, o algún zorro, y no habían dejado ni rastro. Nacer, vivir y morir. Fin de una historia. La vida sigue.

Parece algo que no debía ni decirse, pero empiezo a sospechar que empieza a ser necesario recordar ambas cosas. La cosa empezó con Bambi y ha seguido por derroteros como estos: «A mí me gustan muchísimo los documentales de animales, pero no puedo ver cuando unos cazan a otro, me parece terrible y cuando se los comen deberían cortarlo». «El otro día me enteré de que los leones macho, a los que tanto admiraba, cuando conquistan un territorio y destronan al dominante matan a todas las crías del otro, a los leoncitos, si pueden. ¿No podría hacerse algo para evitarlo?».

Era el prólogo de lo que está pasando. La Naturaleza real a mucha gente no solo es que no le guste, es que le parece abominable y ya no digamos el hombre, lo peor de todo. La campaña para que no comamos, por ahora carne, está en marcha y navega a toda máquina por las redes a base de poner fotos de tiernos corderos, terneros y cerditos para que nos repugne el hecho de pensar siquiera en hincarles el diente.

El homo asfalticus, que se siente ungido por la bondad y verdad absoluta, ha decidido que hasta el día de hoy todo lo que anteriormente ha existido sobre la tierra de una perversión total y esto debe de cambiar de inmediato. ¿Y cómo? Muy fácil. Prohibiendo. ¿Y a quién? Pues como no parece que sea posible por ahora el imponer dieta vegetariana a un cocodrilo del Mara, pues al vecino de enfrente que ayer se estaba haciendo unas chuletas a la brasa en canalla.

Son estupideces, desde luego. Pero se propagan exponencialmente y lo que hoy nos parece de reírse, como aquello de la gallinas violadas por el gallo expuesto con indignación feroz por dos ‘especímenas’ (no quiero enfadarlas) puede en nada acabar por convertirse en una norma de obligado cumplimiento. Porque resulta cada vez más obvio que algunos y cada vez más y con mayores ínfulas, se están convirtiendo en unos infantilizados idiotas. Sería suyo el problema, pero no, porque resulta que lo que pretenden, y pasito a pasito lo van consiguiendo, es imponernos su imbecilidad pueril a todos.

Y ya en este paso se acaban las niñerías, o por serlo se convierten en rabiosas imposiciones. Prohibición, imposición y represión acaban por ser la fórmula. Porque como ellos están en posesión de la verdad y la bondad absoluta no hay posiciones discrepancias que valga. Como a mí no me gusta y me parece muy feo, pues no me limito a no hacerlo yo, sino que te prohíbo a ti hacerlo.

Es el signo de estos tiempos que tienen de todo excepto cordura y les sobra, también, sobre todo, instintos liberticidas.

Seguro que este hilo dará para muchas entregas, porque el nuevo desvarío no ha hecho sino comenzar su advenimiento. Pero adelanto una nueva y determinante derivada. En esa enmienda a la totalidad a la naturaleza que estos neohumanos pretenden imponerle hay un hecho que señalaba al comienzo. La inevitabilidad de la muerte. Que empieza por no querer mirarse, como no se ha querido mirarla, ni al duelo ni a la lágrima, ¡ni verlas ni mentarlas! Y se hace como si no existiera y que eso la irá ahuyentando cada vez intentando alargar la pueril ignorancia del drama, los niños chicos no tienen conciencia de la misma y se acaba por oír lo que hace unos días hubo de escuchar una profesora de una de sus alumnas que ya no cumplía los catorce. «Eso que nos ha dicho de la muerte tendrá algún arreglo, ¿no?».

Resumen la Naturaleza es una asesina, todos los seres vivos somos unos asesinos. La Naturaleza es culpable. Debe ser condenada. ¿A muerte?