Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Comentaristas en Sanidad

15/01/2021

Estábamos acostumbrados a tener un entrenador de fútbol por cada espectador que acude a un estadio. Ahora que los partidos son sin público, lo que te encuentras en cada esquina es a un microbiólogo, a un virólogo y a un epidemiólogo. Esta semana, también se han multiplicado los hombres del tiempo, una versión casera de Mariano Medina o de mi querido José Antonio Maldonado. Como la previsión acertó, valoran sus consecuencias. Y digo yo, ¿no será más efectivo coger una pala y ponerte a recoger la nieve? Aunque solo sea de la rampa del garaje comunitario. Si hicieran el maula en el Señorío de Molina -la comarca que las televisiones ubican en Cuenca, en Teruel y hasta en Murcia-, tendrían nieve hasta abril.
Que aparezcan entrenadores como setas tiene su justificación. En el fútbol, casi todo es opinable y salvo el balón, que es redondo, cualquier extremo del juego da cabida a una interpretación variopinta. En el caso de un temporal, sobre todo, cuando aparece la gestión política, es más de lo mismo. Pero, ¿y en un asunto en el que entran en juego algo tan exclusivo como son los conocimientos médicos y científicos? ¿Por qué en el foro público todos son expertos? Hay una consideración preliminar que es importante. Llevamos un año de pandemia y el desconocimiento de la enfermedad sigue siendo grande. Viendo los antecedentes, las esperanzas de que el club de la OMS que ha llegado esta semana a China alcance conclusiones trascendentales sobre el origen del virus son las mismas de que a mí me toque la lotería.
En España se añade un factor que no es menor. El encargado de informar, se supone que, con conocimiento de causa, es Fernando Simón. En La Moncloa están encantados con él y en este tiempo se han sucedido los movimientos para elevarle a los altares. Pero Simón, el mismo que auguró que «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado», hace tiempo que debería estar en su casa o practicando esnórquel. Ahora, mientras Europa entera tiembla viendo la transmisión generada por la mutación británica del coronavirus, él dice que su impacto será «marginal». Si enumeramos los catedráticos y expertos de todo el mundo que aseguran que esta cepa británica aumenta un 70 por ciento los contagios llenaríamos el periódico entero. Y aun siendo importante, esto es un asunto menor. Lo grave es que Simón y su jefe de filas, Salvador Illa, han perdido toda autoridad por su falta de previsión y de precisión. Si España se ha llenado de improvisados científicos que parecen saber de todo es porque los encargados de gestionar esta crisis son vulgares comentaristas de la situación. Por cierto, con nulo acierto. Muy educados los dos, pero con una eficacia que nos llena de intranquilidad.
Illa anunció hace unas semanas que dejaba el ministerio. La llegada de las vacunas hacia presagiar que la situación iba a mejorar. Pero en esto sus pronósticos también han fallado y quiere que los comicios autonómicos en Cataluña sean cuanto antes. Como tarde, el 14 de febrero, fecha fijada inicialmente. Por eso, cuando todos los partidos han apostado por aplazar esa fecha hasta que la evolución de la enfermedad mejore, él se ha agarrado a esa fecha. Todo lo que venga, no será bueno para él y esto demuestra un extremo que retrata al ministro, más allá de su exquisita educación. En medio de una crisis sin precedentes, Illa ha estado utilizando un cargo de primer nivel para lanzar su carrera electoral, una estrategia que, con 80.000 muertos, éticamente es despreciable.