Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Lagartos

27/08/2019

Nunca he sabido si era cierta pero me impresionó tanto la historia cuando me la contaron que no he podido olvidarla. El protagonista era Camoto (así se le ha conocido de toda la vida en El Puente del Arzobispo y yo no sé otro nombre). Camoto montaba una Vespino que no pasaba de treinta kilómetros por hora pero que le sobraba para salir del pueblo, cruzar el puente del río y llegar hasta los peñascos del Pedroso. Le gustaba la caza y parecía que siempre estaba metido en esa faena, con sus pantalones caquis, una gorra militar del cuerpo de ingenieros o artilleros, tanto da, y el cinturón de cuero con anillas colgando sobre el muslo izquierdo. Supongo que haría a todo, al conejo y a la perdiz, a la liebre y a la paloma, pero lo más llamativo era que cazaba lagartos.
Cuando Camoto iba de lagartos cambiaba la escopeta por un pincho; lo demás, la Vespino, los pantalones, la gorra, seguía igual. En El Pedroso hay lagartos ocelados de colores brillantes, verdes y azules, que se calientan la sangre en los canchales y corren a una velocidad pasmosa. Yo creo que no se puede atrapar a un lagarto a la carrera. Camoto me daría la razón. Por eso aparcaba en el camino, se alejaba un poco entre las peñas y buscaba las madrigueras, que vete tú a saber cómo las reconocía. Cuando estaba delante de una de ellas se tumbaba en el suelo, agarraba el pincho de hierro con una mano y metía el brazo contrario en el agujero todo lo que podía. El lagarto acorralado muerde y luego no sabe soltar. Es lo que tiene un cerebro pequeño y reptiliano, que da para lo que da. De modo que Camoto sólo tenía que extender un dedo, aguantar el mordisco, tirar hacia afuera para arrancar al bicho de su refugio y clavarle el pincho para que aflojase la mordida.
Después volvía al pueblo con el cinturón cargado de lagartos enganchados por el cuello a las anillas. No los mataba por capricho, al parecer su carne es exquisita, y alguno vendía aquí y allá. Imagino que a esta historia se le pueden ver moralejas, como que hay que aguantar algo de sufrimiento para alcanzar una meta, o que el más persistente siempre gana, o que hay que sacrificarse para acabar con las alimañas, y estupideces por el estilo. No era mi objetivo al contarla. Sólo quería que Emilio, el barbero jubilado que estará leyendo el periódico en el bar del Peco, se olvidara por un rato del calor insoportable de agosto. No sé, a lo mejor él la oyó contar de otra manera.