Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Culebras de junio

04/06/2021

Las veo salir, furtivas en descampado. Cruzan la autovía culebras como ondas de estaño. Las veo a lo lejos, calculo parámetros, distancias, velocidades y urgencias… y las dejo el espacio justo bajo las ruedas para que sigan su andar, ondear u ondular al sol de la tarde. A veces tengo que dar un volantazo, el coche se agarra al asfalto, y rápidamente miro por el retrovisor para comprobar que la culebra se escabulle en la cuneta. Observa el milano negro sobrevolando. Y el ratonero desde el poste de la luz.
Por las mañanas, antes de que apriete el sol de verdad y la dehesa se convierta en un reverbero, el águila culebrera caza sobre mi casa. Cada primavera espero que llegue y me cuente de los vientos de África, de las luces en los atardeceres del Sahel, de las caravanas nómadas, de los ríos perdidos y de las ciudades de adobe. A veces, por encima del resplandor de los abejarucos, pasa con una culebra bastarda colgando del pico. Me observa con la cabeza inmensa y continúa hacia su nido. Otras veces las culebras me salen al camino, colgadas como lianas de las selvas de fresnos y sauces del Pusa. Me observan mientras paso, rama hecha vida, giran un poco la cabeza, me huelen y dejan que continúe soto arriba. A veces las oigo, el susurro de aviso de las grandes culebras, en las cantorreras o en cualquier perdedero. No la veo. La intuyo, y cambio el rumbo.
A veces, en invierno, entre las paredes derrumbadas de las labranzas de la Jara, encuentro culebras finas y delicadas, en su rosca perfecta, como un tesorillo de brillos ofrendado a la diosa tierra o vida. Vuelvo a poner la cuarcita en su sitio y la dejo dormir hasta la siguiente primavera, cuando el sol la despierte. Algunas tardes, mientras espero a las calzadas o a la cigüeña negra en el Tiétar, surca el ya escaso cauce del río una culebrilla de agua, atenta al garcerío y a las sombras. Cruza rauda, los galápagos que sestean sobre los bolos de granito apneas la echan un vistazo. Una rana se zambulle. El martín pescador, trazo añil, cruza y deja un rasguño perfecto y permanente en mi retina.
A veces las veo aparecer en mi casa, un ondeo de hierba y un susurro de escamas y tierra. Culebras de escalera, grandes bastardas con el vientre amarillo, en celo, sin ver, cruzando delante de mi silla, silenciando a la curruca, al carbonero y al ruiseñor emboscado. Las veo pasar rápidas como relámpagos de vida. Y las dejo a lo suyo. Canta la oropéndola junto a su nido del eucalipto, y los buitres negros pasan altos hacia poniente, como galeones en un océano de corrientes y nubes. Culebras de junio, ondas de estaño, relámpagos de vida.