Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Inmersión

05/01/2021

Algo le pasaba al cineasta Craig Foster. Ni siquiera él sabía qué. Su profesión le había regalado la oportunidad de ver el mundo tras el filtro de las lentes de sus cámaras. Había compartido cacerías con los rastreadores del Kalahari, hombres que pueden seguir las huellas de cualquier cosa viva en uno de los lugares del planeta donde menos vida hay. Tenía una casa imponente en Sudáfrica, sobre un acantilado. También podía estar orgulloso de su hijo adolescente, guapo, deportista, educado. Él mismo es un tipo sano, bien parecido. Ese algo que le pasaba a Craig Foster le condujo a repudiar su trabajo, a sentir aversión por las fotografías y las películas sobre las que había incinerado su juventud. De tanto mirar desde fuera, se sentía espectador en lugar de partícipe. Necesitaba un cambio radical porque todo le había ido tan bien, tan civilizado, que se había desconectado de la naturaleza.
Yo lo llamo el mal del funcionario: vida cómoda, éxito moderado, expectativas alcanzadas. Fracaso vital. El riesgo de las vidas átonas es que acaben siendo un presidio interior. Si no te pasa, es algo difícil de comprender. En la medina de Fez hay unas tenerías donde se curten pieles de oveja hasta convertirlas en cuero. El olor es nauseabundo, el calor te afloja, los trabajadores pasan su jornada hundidos en piletas de orines y sangre. Hay dos hombres fibrosos que apoyan sus vientres sobre un travesaño de madera de donde cuelgan unos pellejos. Su tarea es doblarse por la cintura y raspar las pieles con unos cuchillos desde lo alto del palo hasta casi tocarse la punta de los pies. Cuando noto que se agudizan las sensaciones de Craig Foster recuerdo a aquellos curtidores y su vida de y entre mierda. Y me alivia.
Supongo que Craig Foster nunca ha estado en las tenerías de Fez. Por eso eligió el mar que estaba a su alcance. Pienso que su decisión fue más bien un intento de suicidio gradual. El Atlántico ofrece al bañista unas temperaturas de poco más de diez grados, un oleaje recio y unas rocas afiladas. Craig le ofrendó su cuerpo sin neopreno ni botellas de oxígeno. Así comenzó a bajar a pulmón para explorar un bosque de algas lleno de vida desconcertante. Tiburones, anémonas, cangrejos, peces de colores, un pulpo. Lo que sigue es difícil de creer, pero lo tiene todo grabado en el documental ‘Lo que el pulpo me enseñó’. Un hombre semidesnudo, inmerso en agua helada, en apnea y mentalmente destruido logró la conexión total con un pulpo. De esa relación inaudita, que duró un año, emergió un hombre renacido, integrado en el ecosistema, que retomó una vida interrumpida, ahora dotada de sentido.