Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El silencio se rompe

14/12/2021

El silencio ha reinado en el campo. Y en las calles de ciudades y pueblos. Ha gobernado y regido con un aparente manto de sosiego y calma, para cubrir los ruidos perturbadores. Para erradicar las quejas en voz alta, y olvidar los gritos reivindicativos de otros tiempos. Un silencio engañosamente apacible y sin dueño. Una Filomena que ha adormecido cualquier rincón y terreno, para ofrecer una imagen bucólica y pastoril del país. Pero falsa.
El silencio se ha apoderado de todo. De las almas, de las fábricas, de los sembrados, de los centros de enseñanza, de las tabernas, de las plazas, de los paseos, de los barrios y de las partidas de mus de los pensionistas. El silencio ha vertebrado el territorio, con órdenes verticales para su uso y disfrute. De manual.
El silencio también se ha instalado en la memoria, a paso imperial y mayestático, como en otros tiempos. Un silencio frío, seco y rencoroso con medio hemisferio cerebral nacional.  Un silencio agarrado a las neuronas individuales y colectivas, obstinado en desactivar las terminales nerviosas que, antaño, desembocaban en gritos calientes y otoñales.
El silencio ha funcionado así. Con su propia voz. Escuchada en invisibles, pero potentes altavoces. Y en todos, un mismo mensaje: todo va e irá bien. Como un leve pero persistente murmullo, su última frase recordaba que no había motivos para salir a la calle y protestar.
Pero el silencio se rompe. Se resquebraja como un lago helado en primavera, aunque ahora sea invierno.
Como el volcán de La Palma, da señales de que pronto entrará en erupción y provocará lenguas de lavas incontroladas. Su magma, arrasará todo lo que encuentre a su paso. Su estruendo vomitará un grito desgarrador y, del cielo, caerán cenizas gritonas que se posarán valientes y desafiantes.
Las primeras voces que rasgan el silencio vienen del campo. Las fuertes, las más potentes, las más cabreados, siempre vienen del campo. Tardan en llegar, pero llegan. Cuando lo hacen, son temidas.
La mala leche también se deja oír y ha cuajado en mucho hogares y supermercados. Sin batuta que organice sus decibelios, la sinfonía de los agricultores y ganaderos, suena empastada con los volantes de los transportistas, con uniformes (sí, con uniformes) y con los tanguillos del metal gaditano. A ritmo de martinete, en el sur también cantan porque su grito tenga quien lo escuche. Para que el quejío no se quede, como siempre, en la bahía o intramuros del Falla.
Hoy es 14 de diciembre. Para muchos, un día más. En otros tiempos, se decía 14-D. Espejo deformado de gritos en la calle que muchos no conocieron y otros quieren olvidar. Hoy, el eco de su memoria también rompe el silencio.
Cantaba Atahualpa Yupanqui «le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí. Que no se quede callado quien quiera vivir feliz». Lizipaina este invierno para muchos, y tapones de oído para otros.