Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


¡Menudo invierno!

06/11/2020

Como hice en marzo, he vuelto a hacer en noviembre. Por motivos de trabajo y por necesidad de atender algunas cosas que no admitían demora en el campo, pero también por voluntad propia y considerar que es donde mejor podía estar y donde además quería quedarme. La pandemia me ha hecho residente de mi Guadalajara natal y en realidad no es ya sino por causa de fuerza mayor cuando salgo de mi guarida alcarreña. Y ya no entran en ellas los compromisos televisivos de los que ya lo que me sale es procurar que de los pocos que surgen convertirlos aún en menos. Cada vez me siento más alejado y con menos ganas de meterme en según qué charcos.
 El dedicarme cada vez en mayor medida a la literatura, algo que siempre tuve como objetivo es ahora un hecho cotidiano. Y junto a ello he recuperado de manera rotunda el hábito nunca perdido, pero sí restringido, de la lectura. Ahora son muy pocas, casi ninguna, las noches que lo último que veo antes de cerrar los ojos no es un libro. Y al cerrarlos suelo tener la grata sensación de un tiempo aprovechado y no perdido.
 No por ello, sino que, en realidad gracias a ambas cosas, a la hora de los artículos para los periódicos me pongo ante el ordenador con un ánimo mejor y diría que diferente. Un algo así como de mirar las cosas con interés, pero ya desde fuera del tablero. Que es donde en realidad se estaba siempre y donde si se quiere en realidad hacer lo que se debe es donde debe estarse. Aunque esto resulta cada vez más excepcional y lo que te ponen al más mínimo descuido es a cavar trincheras.
 Vean conmigo el desarrollo de las operaciones Covid en estos días y compárenlas con las de la semana anterior. Y vean los diferentes bullicios y cómo la mayoría de lo dicho y sentenciado resulta que ahora está invertido. Sin ninguna distinción de colores ni de bandos lo único que permanece es el inaudito barullo, este revoltijo obsceno que aún hace más dolorosa la situación por la que atravesamos. Resulta verdaderamente terrible el comprobar que no hay a quién dirigir la mirada ni en quién depositar confianza. Porque no ha habido oportunidad en que no hayan demostrado que no son en absoluto dignos de ella. Hay excepciones, pero la generalidad de los dirigentes políticos, a todos los niveles, nacional, autonomía, provincia y ciudad si algo han demostrado son carencias, incompetencia e incluso algo peor. Porque ha habido quienes han degradado su imagen a límites que jamás hubiéramos podido sospechar.
Estamos ya dentro del invierno más lúgubre que como sociedad hayamos tenido que enfrentarnos. Y como sociedad, los políticos no son sino un reflejo, quizás deformado, pero reflejo de lo que somos. Y como sociedad estamos también fallando. ¿O no estamos fallando? Que posiblemente resultará que muchos dirán que no, incluso hasta ofendidos, pero en esa ausencia de autocrítica es donde radica uno de nuestros mayores y crónicos males. Lo que hemos hecho desde marzo pasado, como fue nuestra actitud ante lo que se nos venía encima, cuando ya lo tuvimos golpeándonos y lo que hemos hecho cuando nos dio tregua es lo que en buena medida hemos sembrado. No digo que esté ahí la responsabilidad mayor, esa la tienen los que tienen el poder y por tanto el deber de la guía, algo que han incumplido de la manera más procaz, pero alguna también hemos tenido todos y en algunos segmentos está ha sido y sigue siendo por su insensatez merecedora del mayor de los reproches.
 Supongo que al menos, no estará ya la gente para hacer fiestecitas en los balcones, ni los alcaldes para montar disco móviles por las calles. Supongo que algo de conciencia de la catástrofe, del dolor y del terrible impacto sufrido algo nos habrá hecho recapacitar. Aunque no lo veo si se sigue hasta mintiendo en el número de muertos. De nuevo el Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha volvía a golpear con su cifra la mentira cada vez más insostenible de los datos oficiales. Los muertos y enterrados por el Covid superan en nuestra región los 5.800. ¿A qué viene este empecinamiento de seguir negándolo? ¿Por qué en cada comparecencia no es esa la primera pregunta que le hacemos a quien corresponde contestarla? Quizás si se empezara por ello, por comenzar por la verdad y no por su ocultación podríamos comenzar a construir en medio de la tribulación algo sólido a lo que asirnos.
 No pinta bien el invierno, desde luego. Pero quizás pueda hacerlo la primavera. Y tal vez si en vez de pensar en lo que tienen que hacer por nosotros pensamos en que podemos hacer por nuestra cuenta y por todos puede que algo mejor, aunque sea pequeñito, estaríamos y cuando todo esto quede atrás poder exclamar: «¡Menudo invierno!». Con la sonrisa de haberlo pasado.