Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El gran cierre

16/12/2020

Anuncian estos días el cierre del mítico ‘Ñaca-Ñaca’ en Zocodover. El emblemático primer 24 horas de Toledo pasará a ocupar un lugar destacado en nuestras historias más nocturnas por culpa de un virus que se lleva por delante vidas y haciendas sin demasiadas contemplaciones. Cuántas veces ha parado uno por allí a altas horas a tomar un tentempié en forma de panini,  de esos que el cuerpo demanda con urgencia tras una noche toledana. Cuántos pasaron por allí antes de ir a la cama tras el escarceo habitual por la Sithons, una discoteca de las que merecen la pena, con setentera bola de espejos a todo trapo. Pero la Covid-19 va a dejar tiritando desgraciadamente a más de un local, en el ocio, en la hostelería y el comercio.
El virus maldito lleva en su ADN la palabra “cierre” como su contraseña inevitable. Con él se cierran bares, tiendas, fronteras, costumbres, alegrías y navidades. Nos costará abrirnos de nuevo, aunque tengamos la vacuna puesta. El virus es la patología inevitable de una época extraña donde las libertades campan a sus anchas y, sin embargo, cada vez cuesta más ser libre en el sentido más genuino de la palabra.
Si se cierran los bares algo raro ocurrirá que no podrá pasar desapercibido. La barra de bar es una ineludible seña de identidad española sin la cual nuestro país sería otro. Las barras hoy se precintan hasta nueva orden, y cuesta imaginar que alguna vez vuelvan a ser esos apoyos vitales de grandes orejas que tantas cosas podrían contarnos de nuestro transcurrir como pueblo. Cuentan, sin embargo, que en esta Navidad muchos harán todo lo posible por no echar el cierre, resistir para finalmente vencer, cuando en el transcurso de 2021 las aguas vayan volviendo a algún cauce deseable más cercano a la única normalidad que afortunadamente aún somos capaces de reconocer como tal.
El cierre se ha convertido en la palabra clave. Cerrar las murallas es la única opción. Parcelar nuestro país con un autonomismo superlativo en el que cada región hace valer su límite y su frontera. Aquí abriremos, allá estará cerrado.  De lo contrario, el virus avanza, viene y va, sin que nadie sepa por dónde llegará ni como crecerá. Los afortunados de ayer son los infortunados de hoy. Pega fuerte en una región. Luego aminora, y se instala en esa región de al lado en la que se las prometían muy felices. Ocurre igual con los países. Ahí tenemos a los vecinos portugueses, con un territorio infectadísimo en estos previos navideños, aunque en la primera ola, aquella tremenda de la primavera, era el ejemplo y la envidia para toda Europa, sobre todo para los vecinos españoles a los que nos llegaba el mal hasta las cejas. O tenemos a los alemanes. Ángela Merkel, que demuestra en sus postrimerías políticas ser una mujer con alma, pide  desesperadamente a sus compatriotas que se contengan porque no son asumibles más de quinientas muertes al día. En esas cifras se están moviendo los germanos cuando el Gobierno ha decretado para toda la Navidad un confinamiento casi total, cierre hasta nueva orden, como en Holanda.
Los cierres son la única opción, el único remedio posible, por más precario y primario que nos parezca. Lo malo son los cierres de los negocios que eran una forma de vida, como el Ñaca-Ñaca. Sus propietarios nunca pudieron imaginar que sería un virus y no la jubilación la que archivaría una historia de buen hacer. Dicen que el 2020 será el año de los cierres, del ‘se alquila local’, ‘se traspasa negocio’… y coleará en el 2021. Consecuencia inevitable de un parón tan brutal. Muchas vidas han cerrado también por culpa del virus, algunas bruscamente e inesperadamente. Otras, las de los más ancianos, han acortado su duración privándolas de unos pocos años más en los que disfrutar de lo conseguido. La vida como cierre es lo que nos ha dejado la Covid-19. Todos esperamos ahora que después del cierre venga una gran apertura y un crecimiento espectacular. Es lo que nos pronostican los más optimistas sin pensar mucho en las posibles secuelas que pueden quedar tras el paso por nuestra historia de este huracán. Si el cierre ha sido una medida profiláctica, pero también provisional,  lo veremos. Al fin y al cabo la vacuna  no sería más que la llave para ir abriendo ese candado que nos tuvimos que poner con la certeza que era la única manera de evitar que un poderoso y desconocido enemigo echara por tierra todas nuestras expectativas.