Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


El erial católico

16/12/2020

Todo comenzó con un artículo del profesor Diego S. Garrocho, titulado ¿Dónde están los cristianos?, el 19 de noviembre en El Mundo, continuado por Miguel Ángel Quintana Paz con otro donde ahondaba la pregunta (¿Dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos?) y proseguido, con defensores y contradictores, a lo largo de las últimas semanas, generando, como señalaba en un artículo de opinión el pasado domingo Serrano Oceja, una polémica que hacía tiempo no suscitaba tanto entusiasmo. Se preguntaba el profesor Garrocho en qué lugar del actual debate intelectual se oía exponer una reflexión basada en la tradición filosófica cristiana. Nada. Tan sólo la presencia, acaso, de un catolicismo ‘excesivo y de bandería’ que, añado yo, metido en el lodazal en que suelen convertirse las redes sociales, enlaza con lo más mostrenco de exabruptos decimonónicos redivivos, y que si resulta políticamente eficaz para algunos, es lo más opuesto a lo que entendemos por pensamiento católico, tal y como a partir de la reflexión bíblica que recordaba Garrocho, surgió éste con la aportación de la filosofía griega, engendrando un corpus alimentado por gigantes como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino o John Henry Newman.
Personalmente es un tema que me preocupa. Porque lo que nos encontramos en el ámbito del pensamiento, desde el punto de vista católico, en España, es un auténtico erial. Es sorprendente que una Iglesia que en campos como la atención social está, desde un compromiso evangélico, a la vanguardia del servicio a pobres y marginados, respondiendo, como ninguna otra institución, a las graves secuelas de la crisis económica; una Iglesia que es capaz de enviar y sostener en países del Tercer Mundo gran cantidad de mujeres y hombres que, como elemento inseparable del anuncio del evangelio, promueven humanamente sus comunidades; una Iglesia que en España aún posee una red impresionante de Universidades, escuelas, centros educativos; una Iglesia que ha engendrado grandes figuras del saber científico y humanista, hoy no sea capaz de aportar y hacerse presente en el mundo del pensamiento. Cabría preguntarse qué ha llevado a esta situación. Como historiador creo que una de las causas es el complejo que invadió a bastantes católicos, desde obispos a laicos, por haber formado parte durante el franquismo de uno de los pilares del régimen, sin contextualizar debidamente aquella situación y olvidando (y dejando que otros ayudaran interesadamente a ese olvido) el papel esencial de la Iglesia durante la Transición y el compromiso democrático que tuvieron y tienen tantísimos creyentes.
A este complejo se añaden deficiencias de tipo intelectual. Comenzando por la ausencia de figuras de prestigio, expresión de una grisura que afecta, como pocas veces, a la Iglesia española en todos sus niveles. Añado mi percepción de que, junto a una urdimbre de colegios de excelente calidad, las instituciones universitarias católicas, proliferadas de modo insostenible, adolecen frecuentemente de la calidad exigible o practican el solipsismo intelectual.
Urge recuperar una ‘Fides quaerens intellectum’.