Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


¿Son felices los peces?

07/04/2022

Habrá mil definiciones para la felicidad, puesto que no deja de ser un estado de ánimo subjetivo y relativo para el que no es probable que se lleguen a concretar los requisitos mínimos y universales.  A mí, la que mejor me encaja es una de las acepciones que recoge la RAE «ausencia de inconvenientes o tropiezos» -en el sentido de que no hay obligaciones que te atosiguen, ni pesares que te atormenten- porque me parece que luce, hasta cierto punto, de mayor ecuanimidad en el juicio.
La felicidad le interesa mucho a la filosofía que, aunque ya no es la forma más elevada de conocimiento supremo como lo fue la Edad Media, ni hoy en día precisa del previo y preparatorio estudio de las artes liberales del trivium y el cuadrivium, lleva cientos de años dedicada a cuestionar lo que damos por hecho, buscando las inconsistencias y debilidades que sostienen nuestras convicciones.
A pesar esta dilatada y fértil experiencia, ahora, con motivo de la reforma educativa, la filosofía ya no está muy segura de, si podrá continuar yendo a clase o tendrá que dejar de asistir. Al fin y al cabo, si lleva dos mil años haciéndose las mismas preguntas sobre problemas para los que aún no ha encontrado solución… Aunque, precisamente los acontecimientos que vamos sumando en los últimos tiempos, nos pueden demostrar que la concepción de nuestros problemas, como lo es la felicidad, necesitan la reacuñación permanente, en función del contexto, la situación existencial y la volatilidad de nuestras certezas, mediante el discurso filosófico.
A la filosofía le ha sido útil la felicidad, como hilo con que confeccionar teorías éticas, para crear distintas escuelas de pensamiento que dan origen a diferentes sociedades y civilizaciones. Según concebían la felicidad, solo los griegos clásicos contaban con varias corrientes filosóficas: eudemonismo, cinismo, estoicismo o hedonismo. Así hoy, seguramente fruto de esos y otros debates filosóficos, adoptamos posturas diferentes, y obramos en consecuencia, ante los aciagos sucesos y las malas noticias de nuestros días. Unos están convencidos de que la felicidad no existe y no conviene perder el tiempo buscándola. Otros piensan que hay que conformarse con los momentos felices porque no tiene sentido aspirar a más. Y otros no dudan de que se puede alcanzar y disfrutar por completo.
Precisamente, el pasado 20 de marzo fue el Día Internacional de la Felicidad porque así lo decidió proclamar la Asamblea General de Naciones Unidas en 2012, a instancias de Bután. País que no mide su progreso en clave del convencional Producto Interior Bruto (PIB), sino de Felicidad Interior Bruta (FIB). Dos posiciones distintas y antagónicas para medir el bienestar social, la felicidad. El bienestar social y el crecimiento económico que mide el PIB, utilizado como indicador de distribución económica frente al bienestar social basado en el desarrollo económico, en preservar el entorno y la cultura y el buen gobierno que mide el FIB. Si bien, el aislacionismo del Reino de Bután y que su población sea mayoritariamente budista, facilitan considerablemente las cosas.