Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Anatomía del destape

27/04/2022

El gran destape está resultando gradual y discreto, nos estamos quitando la mascarilla con bastante menos garbo que Rita Hayworth su guante en Gilda. Esta vez actúa la autocensura, y el miedo, hacemos una suerte de media entre lo que aconsejan los científicos y lo que permiten los políticos, la media que sacamos es la del sentido común. La primavera, eso sí, poco a poco va acompañando en su versión más festiva y soleada, aunque se está haciendo de rogar.  Las romerías de  este tiempo vuelven a manifestarse con todo su esplendor, como las procesiones de Semana Santa, tras dos años de parón obligado. En Méntrida, la romería de San Marcos ha vuelto a lucir con intensidad sin importar nada que este veinticinco de Abril fuera lunes. Se ha vuelto a acompañar a la Virgen de la Natividad con el bullicio acostumbrado, con las dulzainas y los tambores, con el asado, el vino rancio y las rosquillas, con los danzantes y los sargentos. Toledo tiene en la romería mentridana una parada obligada cada primavera. En el recuerdo siempre aquel cabrero de nombre Pablo Tardío. Seguimos recreando y celebrando que en 1284,- cuenta la memoria ancestral,- se le apareció la Virgen en la hermosa dehesa de encinas de Berciana mientras apacentaba sus cabras. Desde entonces ese es el lugar de la romería, desde que Pablo Tardío corrió al pueblo para contarlo.
Las romerías están siendo este año un lugar para retomar la vida al aire libre desde el lado más primaveral y campestre de los campos floridos y olorosos. A punto llegan tras el permiso de destape decretado nada más terminar la Semana Santa. La mascarilla, sin embargo, se ha convertido, durante los famosos setecientos días, en el amuleto inseparable y ahora muchos viven una especie de síndrome de Estocolmo y no se la quieren quitar, como si se hubieran acostumbrado con gusto a darle un gran protagonismo a  la mirada. En las ciudades la gente vive el permiso de destape con más precaución. En los transportes públicos sigue siendo obligado su uso. En Madrid, el Metro es todavía un cuadro de personas absolutamente enmascarilladas, y así seguirá siendo durante bastante tiempo, es más,  la mascarilla se puede convertir en algo habitual en determinados contextos,  la llevaremos como antes de la pandemia lo hacían algunas personas orientales a la que mirábamos con extrañeza. Nos ahorraremos unos cuantos constipados.
Con todo, a medida que vamos comprobando que la incidencia del Covid19 no sube tras haberse ordenado el fin de la mascarilla, nos vamos fiando, confiando, y el destape va a más. Si todo sigue bien, se espera un verano a tutiplén con unos índices de ocupación hotelera similares a los de 2019 y el estímulo añadido de retomar esa vida que tanto estábamos echando de menos. Mientras tanto, la primavera, que ya va apaciguándose con temperaturas agradables, destapa su tradicional universo multicolor de romerías y festejos al aire libre. En Talavera de la Reina, las Mondas retornan en el desfile que expresa con maestría el espíritu de esa comarca tan renombrada. En Mora, la Fiesta del Olivo vuelve a poner en modo folclore un homenaje rotundo y callejero al aceite de oliva, el de aquí, el de variedad cornicabra. En Tomelloso, la romería de la Virgen de las Viñas.
La vida retorna en sus tonalidades más festivas y poco nos importa que el índice de inflación haya llegado en buena parte de España a los dos dígitos. Donde comen dos comen cuatro, y hay retales de vida que hay que vivirlos sin escatimar, con urgencia para no perderse ya más de vista.  En esas estamos ahora, en un destape progresivo y continuado que terminará con nuestras mascarillas en el cajón, ese  amuleto que nos ha protegido, aunque sea para vivir una vida muy a medio gas, sin besos ni caricias, ahogada la espontaneidad en un sinfín de precauciones sanitarias, pero con la mirada acentuada y embellecida, lo que llegaremos a echar de menos. Y también recordaremos aquellos prolegómenos en los que todo era extraño, que ni siquiera sabíamos que no había que sobarla para ponérsela, ni colocársela de bufanda ni de sombrero, y hasta algunos pensaron que podían compartir la misma  varias personas, o  quitársela para hablar o para toser, y nos advertían con severidad que siempre había que llevarla puesta, ¡hasta cuando se entraba en un establecimiento!. ¡Qué ignorantes éramos, tiempos aquellos!