Enrique Sánchez Lubián

En el Camino

Enrique Sánchez Lubián


Paradójico

07/04/2022

En el altar del liberalismo figura con letras doradas aquello de laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) usado por primera vez por el pensador francés Vincent de Gournay, en el siglo XVIII, defendiendo la libertad de mercado, la eliminación de impuestos o la mínima intervención de los gobiernos en las cuestiones económicas. Quienes desde un primer momento razonaron tal aforismo consideraban que el individuo era la unidad básica en la sociedad, que el mismo tenía derecho natural a la libertad y que el orden físico de la naturaleza era un sistema capaz de autorregularse por sí mismo. Sobre tales pilares se ahormó un modelo de desarrollo socioeconómico y cultural que en casos extremos, como se ha demostrado en periodos de ultraliberalismo, puede llegar al insolidario 'sálvese quien pueda'. En el contexto de esa tendencia, todos hemos escuchado a quienes con entusiasmo reclaman menos Estado, como camino para una sociedad más libre, más próspera y más competitiva.  
En ocasiones, la realidad no sitúa ante espejos que nos devuelven imágenes bien distintas de lo que creemos ser. La invasión rusa de Ucrania, pandemia por medio, ha tensado al máximo la cuerda de nuestra economía. El incremento de precios en carburantes, gas, electricidad o la carencia de algunas materias primas procedentes de los países en conflicto ha propiciado una espiral inflacionista que nos tiene acogotados. Lo paradójico es que en situaciones así, quienes abogan por una menor intervención del Estado en nuestras vidas, no se recatan en pedirle al mismo que tome cartas en el asunto y salga a nuestro rescate con ayudas, subvenciones, bajadas de impuestos o socorros varios. Cuando esto ocurre, no solo deberíamos sentirnos orgullosos de poder contar con un paraguas que nos proteja de tales tempestades, sino que además contritos y haciendo examen de conciencia, es obligado reconocer que sin nuestras contribuciones fiscales a la caja común esas asistencias, al igual que la sanidad, la educación o las coberturas por desempleo, serían inviables. Es decir que no cuela renegar todo el día de Santa Bárbara y acordarse de ella solo cuando truena. O pasarse la vida diciéndole al Estado que no meta la mano en nuestros bolsillos, para, cuando vienen mal dadas, pedirle más amparo, como si sorber y soplar pudiera hacerse a la vez.