Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Hueles como una tarde de primavera

10/09/2021

Hueles como una tarde de primavera de los años ochenta. Entonces, sabes, todo estaba por ver y hacer, pero ese ruiseñor bastardo que canta junto entre los sauces del Tajo, es el mismo que se emboscaba entonces cuando sólo había una casa grande, destartalada y amarilla más allá de la fuente del puente de Hierro. Sí, entonces era primavera y ahora es casi otoño, piedemonte de otoño, ese territorio indómito en el que la luz cálida se apodera sin pedir permiso de los ojos, y el viento del oeste limpia el hastío del verano infinito. Y, sí, hueles como aquellas tardes de primavera, ahora que baja el sol y se encienden las luces de colores y el viento trae tu olor.
Entonces, en aquellas primaveras remotas, leía a Cortázar, García Márquez, Sábato…, siempre con un libro bajo el brazo. Sí, era muy joven. Ahora remato a Bolaño, revisito las Galápagos y el remoto Norte con Barry López, y leo a Ramón J. Sénder en Annual, y libros de arquitectura y catálogos de exposiciones, y todo el derrumbe que se acumula y que de vez en cuando, con las corrientes de la madrugada, se precipita. Los libros tienen vida. Este año tendré que empezar a quemarlos en la chimenea, como hacía el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán. Para vivir hay que ir quemando, olvidando, un leño de encina, otro de enebro y para encender un tomo gordo de Tolstói, con el que arda todo el invierno ruso, y los ríos de la estepa se deshielen y arrastren remolinos de letras, de ojos azules, de mariscales de campo y de coches de punto en las noches empedradas de Petersburgo y Moscú.
Hueles como una tarde de primavera de aquel tiempo. Sólo ha sido un instante. Pero ha bastado para subir un telón, un paisaje donde volver a jugar con mapas sobre territorios que no conocía, que aún no había recorrido. Sentir con la punta de los dedos ese relieve, y pedir un par de botellines más con las cien pesetas que quedaban en el bolsillo para toda la semana. He vuelto a los mapas de papel, a los de verdad, y pinto de colores las carreteras y caminos que recorro. Entonces, en aquellas tardes de primavera, los caminos eran más libres, el verde de las encinas era más limpio, los prismáticos eran soviéticos y las águilas tenían un brillo perfecto, y los atardeceres eran casi tan rotundos como el de hoy. Pero el polvo del tiempo se ha ido acumulando, capas y capas de sedimentos como plegamientos ocultando el fulgor, lo importante. Lo fundamental, ahora lo sé, eran esas tardes extensas y lentas como el Strange World de los Maiden, donde todo estaba por hacer, por suceder, por alcanzar. Por ganar. Y por perder. Ahora, ¿ves?, la luna creciente de septiembre, fina como el filo de un recuerdo, empieza a brillar. Venus va detrás. Y sí, hueles como la brisa de una tarde de primavera de los años ochenta.