Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Cosas que la Arqueobotánica nos muestra

14/11/2019

Leyendo ‘The Conversation’, plataforma que ofrece estudios de la comunidad académica con carácter divulgativo para poder mantener una conversación directa y abierta con la sociedad, me encontré un curioso artículo de Kelly Reed. Investigadora arqueobotánica de la Universidad de Oxford trabaja en el ámbito de la sostenibilidad mundial, estudiando cómo el desarrollo agrario de otras épocas pueden servirnos para afrontar los problemas relacionados con el cambio climático y la insuficiencia de alimentos.
Destaca como algunas prácticas de la antigüedad para obtener alimentos, puestos en evidencia por la arqueología, pueden ser modelos de cómo cuidar el medio ambiente, mejorar la calidad del suelo y obtener mayor rendimiento con el que alimentar a la población mundial. Nos cuenta que el sistema ‘Waru Waru’ estaba muy extendido en la preincaica Sudamérica. Usaban camellones - amplios y altos lomos de tierra entre canales por donde circulaba el agua-  con los que conseguían mantener la temperatura de la tierra protegiéndola de las heladas, almacenar el agua en periodos secos y drenar en temporada de lluvias, redundando en mejores cosechas. Además, los peces de los canales les servían tanto de alimento como de ayuda para controlar plagas, costumbre que también adoptaron los chinos en los arrozales durante la dinastía Han.
No voy a discutir que sean prácticas inteligentes, que cuidan el entorno y la biodiversidad pero me cuesta más creer que sea suficiente para alimentarnos a todos si no cambiamos nuestros hábitos. Lo cierto es que la mayoría hemos dejado de sumar en la cifra final de la población activa agraria y en el tiempo que dedicamos a alimentarnos no computa el cultivo de alimentos. Un indicador de progreso social, lo que quiera que eso signifique para cada uno.
Puede que no sean tan remotos en el tiempo pero si más cercanos en el espacio y en nuestra memoria los huertos de nuestra tierra que son prácticas igual de inteligentes para proveernos de alimentos. El historiador talaverano Miguel Méndez-Cabeza reúne vestigios sobre como las fértiles tierras de las vegas del Tajo y del Alberche a su paso por Talavera se destinaban al cultivo de huertas. De paso nos dice que Juan de Mariana recriminaba a sus paisanos por no aprovechar con beneficio la facilidad que tenían para canalizar el agua cultivando mejores huertos y regadíos. Juan Estanislao Gómez, ilustre cofrade del Gremio de Hortelanos de Toledo, nos enseña que la literatura del siglo de oro se hacía eco de las excelencias de las frutas y hortalizas de la huerta toledana. El cardo, la berenjena, las alcachofas, los pepinos, los membrillos o los almendros. Cómo embellecería Toledo y su primavera un cauce adornado con almendros en flor, uno de los sueños de Adolfo Muñoz.
Herencia árabe que aplica el conocimiento acumulado desde los hidráulicos romanos para prosperar huertos y frutales. Productos de temporada frescos y saludables que llegan a los puestos de los mercados para vender a los vecinos. Un circuito corto de comercialización, donde prima la confianza entre el productor, el vendedor y el comprador.