Los relieves del cortejo fúnebre de Daoiz y Velarde

María Moreno Rodríguez
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Al finalizar la Guerra de Independencia, los cadáveres de Daoiz y Velarde fueron trasladados a la colegiata de San Isidro. Este relieve adornaba el carro triunfal que protagonizó el cortejo fúnebre

El relieve recoge el momento en el que artillero cae herido delante del Parque de Artillería de Monteleón. - Foto: Museo del Ejército

El 2 de mayo de 1814, recién terminada la Guerra de Independencia, el pueblo de Madrid presenció el traslado de los restos de Luis Daoiz y Pedro Velarde desde la iglesia de San Martín hasta la colegiata de San Isidro. Para dicho cortejo fúnebre se creó un carro triunfal, heroico, con elementos que remitían a los hechos del Dos de Mayo. El relieve La muerte del capitán Velarde, que pueden ver en el recorrido Liberales y absolutistas de nuestra exposición permanente, era una de las obras que adornaban la fastuosa carroza. Tirada por caballos, se completaba con otro relieve, La muerte de Daoiz, actualmente expuesto en nuestra muestra temporal Galdós en el Museo del Ejército. Junto a ambas escenas, el carro iba también decorado con alegorías que representaban a la Religión, la Patria y el Rey, así como una serie de trofeos, palmas y coronas que cubrían los féretros de ambos héroes. Estampas de la época nos permiten ver el resultado final del vehículo fúnebre, en el que se aprecian los dos relieves de los capitanes Daoiz y Velarde anclados a los laterales y envueltos en el bullicio del cortejo, que cantaba y jaleaba a su paso.

El relieve que presentamos, La muerte del capitán Velarde, recoge el momento en el que artillero cae herido delante del Parque de Artillería de Monteleón. Su composición, marcadamente pictórica, sitúa el arco de entrada de Monteleón en el centro de la imagen y nos permite ver parte del recinto en perspectiva. Velarde se desploma delante de la puerta, hacia la cual dirigen la vista las dos líneas creadas por sendos grupos de personajes: a la derecha, soldados con una pieza de artillería; a la izquierda, el pueblo de Madrid en armas luchando contra los soldados napoleónicos. En primer plano de la composición, algunos cadáveres subrayan el carácter trágico de la lucha y dan profundidad a la imagen.

Tanto esta escena como el relieve La muerte de Daoiz son obra del escultor valenciano José Piquer Duart (1806-1871) y, aunque imiten bronce, están en realidad realizados con una técnica mucho más ligera que permitía su anclaje al vehículo que protagonizaba el cortejo. Se trata de una amalgama de papel y cartón empapada en un engrudo. En definitiva, un  material que recuerda al cartón piedra, cuyo acabado broncíneo es sólo una ilusión conseguida mediante una capa de pintura. Así, un material ligero y bastante pobre, se reviste de un carácter noble y permite que la pieza pueda ser transportada con facilidad durante el cortejo.

El carro triunfal al que iban anclados estos relieves estuvo expuesto al público el día 1 de mayo en el madrileño Parque de Monteleón. A la mañana siguiente se inició el cortejo con los restos de los héroes del Dos de Mayo, al que se unió otro que conmemoraba a los ciudadanos fallecidos durante el conflicto. «Amaneció, en fin -escribe Mesonero Romanos-, la nueva aurora de aquel día memorable, [...]; el estampido del cañón y el fúnebre clamor de las campanas vino a despertar a los madrileños y a recordarles que iban a celebrar por primera vez el glorioso sacrificio de sus padres, de sus hijos y hermanos». Se trataba, como narra el escritor, de un día de celebración, en el que la alegría por el fin de la guerra se unía a la tristeza por los caídos pocos años antes.

Como muchos otros objetos que conservamos en los museos, estos relieves no siempre vivieron en una vitrina. Si vienen a verlos al Museo del Ejército, imaginen cómo aquel 2 de mayo de 1814 recorrieron las calles de Madrid, anclados a un carro fúnebre a la vez que triunfal, inmersos en el movimiento y el bullicio de la gente. Al verlos, recuerden que nuestras piezas, las de los museos, no están muertas. Están, y siempre han estado, llenas de vida.