Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Aquiles y la tortuga

06/02/2023

El trabajo, en especial el manual, fue durante siglos algo anatematizado en España, posiblemente desde que los Trastámara desmontaron la industria lanera (mundo reflejado por Velázquez en Las Hilanderas) optando por enviar las cientos de miles de toneladas de lana de los rebaños de la Mesta a Flandes, potenciando la industria textil de aquel país en detrimento de Castilla. Otro error sublime de los todopoderosos monarcas hispánicos, acostumbrados a vivir de la rapiña y del 'producto' de sus espadas. No cabe duda de que ese mismo error garrafal de nuestra historia fue potenciado por una iglesia para la cual las únicas dos cosas dignas eran la cruzada y la oración (el guerrero y el monje o monja), en base a la doctrina evangélica que asegura que, tras la expulsión del paraíso, Jehová condenó (insisto 'condenó') al hombre –y a la mujer, obviamente– a ganarse el pan con el sudor de su frente..
La mal llamada Reconquista libró al hispano de recaer en ese 'suplicio', que quedó para los moros vencidos –moriscos levantinos o de las Alpujarras–, gentes laboriosas expulsadas de su patria a principios del XVII, por el prurito o farsa de la pureza de sangre; y también, claro está, para los artesanos, menestrales y campesinos, obligados a 'dar el callo' en trabajos viles, que un hidalgo que se preciara como el que aparece en todo su esplendor en el Lazarillo jamás habría aceptado, prefiriendo morir de hambre y haciendo bueno el dicho 'El trabajo es sagrado, no lo toques'.
Y así transcurrió nuestra historia, con una aristocracia ociosa que en gran parte de España siguió hasta casi nuestros días; de tal modo que, mientras muchos potentados y aristócratas europeos, e incluso rusos, practicaban la astronomía, la química, las artes, la nobleza española, como don Juan de Mañara, holgaban seduciendo damas, practicando la caza, la equitación, el arte de la cetrería y cosas por el estilo, y, por supuesto, aburriéndose en sus ratos libres, que eran lo más; y sumiendo de paso al país en un lodazal de pobreza y miseria que se prolongó hasta la llegada de Carlos III, que, merced a su experiencia como rey de Nápoles, hizo cuanto pudo por sacarnos a flote, aunque su hijo y su nieto se encargarían de meternos de nuevo en el agujero.
Fue él, recordémoslo, quien se encargó de proteger a las clases trabajadoras y abolió la deshonra legal que pesaba sobre los trabajos manuales, siendo ésta una de las mayores conquistas de la Ilustración española, pues a partir de ese instante comenzó a cambiar, aunque muy lentamente, la percepción tradicional del trabajo como actividad degradante. De entonces acá las cosas han dado un giro de 180 grados. Sin embargo, los  viejos vicios se mantienen en muchos reductos de nuestra vieja España; por un lado, los que prefieren no dar un palo al agua y vivir de lo que va saliendo; por otro, los viejos resabios de la aristocracia, convertidos en grandes accionistas de potentes empresas, especialistas en vivir de las rentas, acostumbrados a recoger beneficios a costa de quien sea, y carentes de la tan necesaria solidaridad y amplitud de miras, individuos clasistas, por lo general avaros y especialistas en poner palos en las ruedas para impedir que España avance, corra el dinero más allá de sus sacrosantos bolsillos y que en este mundo –no en el otro– la gente deje de cabrearse y de fastidiarse y pueda alcanzar un mínimo grado de felicidad con su trabajo.
La gangrena, como vemos, viene de ambos lados, como en la fábula: los Epulones de turno empeñados en ejercer de 'tortugas' y los que nacieron cansados. En medio encontramos, como de costumbre al individuo laborioso, honesto, que a lo único que aspira es a vivir de su trabajo, casarse, tener hijos, una humilde casa y algo de salud. Por desgracia a estos 'Aquiles' la vida les reserva la desagradable sorpresa de constatar que cada vez que dan un paso adelante en materia de salarios (riqueza), la 'tortuga' ha avanzado, hasta el punto de ver que son más pobres que antes, y su desesperanza crece ya no sólo en función de sus desdichas, sino también al observar que los pícaros y avezados viven como Dios. ¿Alcanzará alguna vez Aquiles a la tortuga? No sé…, no sé.