Fernando Lussón

COLABORACIÓN

Fernando Lussón

Periodista


El principio del fin

10/07/2022

Dentro de las discrepancias que se producen en todos los actos políticos, porque ni ante los más trágicos y determinantes se logran aparcar las diferencias y todos los partidos pretenden sacar rédito, al menos en el caso del asesinato del concejal popular de Ermua, Miguel Ángel Blanco, hay acuerdo sobre una cuestión: su muerte a manos del 'comando Donosti' supuso el comienzo del fin de ETA, porque se produjo una reacción ciudadana de tal calibre que la banda terrorista quedó desnuda y desnudada, y a partir de ese momento se intensificó aún más si cabe la lucha antiterrorista, los terroristas y sus acólitos quedaron sin coartada, la sociedad vasca terminó de perder el miedo y se fue fraguando el éxito colectivo que culminó en el reconocimiento de su derrota y de la inutilidad de su lucha por parte de los dirigentes de la banda terrorista y sus seguidores.

 

Veinticinco años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, previo su secuestro y el mantenimiento de la esperanza de que no hubiera un desenlace fatal hasta que sonaron los dos tiros que le descerrajaron en la cabeza, del "espíritu de Ermua" que surgió de la barbarie queda el recuerdo de un momento de unidad de toda la sociedad española ante el espanto y la convicción de que había que terminar con el terrorismo de ETA cuanto antes. Cada gobierno sucesivo escogió su camino y todos ellos contribuyeron a que ETA anunciara el fin de la lucha armada el 20 de octubre de 2011, aunque habría que esperar al 4 de mayo de 2018 para que se produjera su disolución definitiva y el desmantelamiento de todas sus estructuras.

 

Cada vez que tiene lugar un aniversario señalado por alguna de las más viles acciones de ETA, o se celebra un homenaje a las víctimas del terrorismo, aparece la división entre las formaciones políticas. En unos casos porque las propias víctimas se han posicionado -y en algún caso han sido utilizadas- como ariete en la lucha partidista, en otros por la incomprensión o falta de generosidad de los dirigentes políticos, en otros más porque quizá se olvidan los deseos y los ofrecimientos de generosidad cuando de lo que se trataba era que el terrorismo se acabara de una vez y dejara de incrementarse el número de víctimas. Y mención especial a las asociaciones cívicas que durante aquellos años de plomo dieron la cara frente al mundo proetarra.

 

Como siempre la sociedad española es más generosa con los terroristas que estos con quienes fueron sus víctimas físicas y morales. Sus descendientes legales, aquellos que les dieron sustento y protección pretenden reescribir la historia de lo que no se puede cambiar, la verdad de la derrota. Su tardanza en reconocer en toda su amplitud el daño causado o su deseo de revictimizar a quienes ya lo fueron, no hace sino añadir ignominia a su actuación pasada y presente, aunque actúen en el marco de la legalidad.

 

Quedan muchas heridas por cerrar tras los cincuenta años de terrorismo etarra, las principales las causadas por los terroristas con sus secuelas de asesinatos sin esclarecer o sus arrepentimientos forzados para acceder a los beneficios penitenciarios como cualquier otro delincuente de baja estofa, a los que, guste o no, tienen derecho. Pero también las autoinfligidas en la lucha partidista que han vuelto a reproducirse en los homenajes por Miguel Ángel Blanco. Una pena.