«Te ven en la calle y creen que tienes que estar drogándote»

J. Monroy
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A punto de cumplir un año viviendo en la calle, este toledano sigue reivindicando una vivienda digna en su ciudad en en la que vivir con la única familia que le queda, sus perros

«Te ven en la calle y creen que tienes que estar drogándote» - Foto: Yolanda Lancha

A sus 53 años, viudo, con varios hermanos todavía vivos, cuatro hijos y nueve nietos, la «única familia» que le queda a Miguel son sus dos perros. Ellos son la causa de que esté viviendo en la calle, porque cuando lo echaron del inmueble que tenía alquilado le ofrecieron algún hueco en el albergue, pero si dejaba a sus pequeños en la perrera. «Que dejen ellos a sus hijos, porque ellos son mi familia y no me voy a ir sin ellos», explica cuando recuerda esto, mientras acaricia a la pequeña, que está temblando. Es muy friolera, explica, y mayor. Llevan juntos 17 años.

Miguel suele pasear cada día temprano, no es extraño verlo a las siete de la mañana con sus perros por el puente de San Martín, u algún otro espacio de la Senda Ecológica donde están viviendo. Por la mañana también pesca (siempre sin muerte, lo deja claro), porque la pesca es una afición que le viene de lejos, y aunque le quitaron sus cañas, sus amigos le han dejado otras. Tampoco es extraño verlo cortando leña, que es con lo que se calienta. Poco a poco ha ido limpiando todo el entorno de su tienda de campaña, que quedó muy perjudicado con Filomena; ha quitado troncos y abierto espacios donde no los había, y así de paso ha conseguido combustible para su estufa.

Miguel vive literalmente sobre el río, instalado sobre el segundo molino, en una tienda de campaña cedida por sus amigos, tapada con una lona. Menos luz y agua, allí tiene de todo. Aunque claro, sobre el río ha tenido que aguantar hasta 17 grados bajo cero tras Filomena. Menos mal que tiene su estufa de leña. Aunque el viento también le fastidia mucho y a veces le deja la noche sin dormir. Durante la nevada, antes de que le dieran las gafas que le compraron sus amigos, llevó a caerse en varias ocasiones. No ha sido su única mala experiencia. En realidad no tiene miedo pos las noches, pero denuncia que hace poco le intentaron robar la cocina y la comida; y que nada más llegar al río, la Policía Local se llevó lo que tenía, incluidas las fotografías de sus padres y las cañas de pescar que ha acumulado toda su vida. Lo curioso, apunta, es que ese día fueron con dos camiones, «pero luego dicen que no hay parte». «Me dejaron con lo puesto, y menos mal que cogí los sacos de comida de los perros», apunta.

«Te ven en la calle y creen que tienes que estar drogándote»«Te ven en la calle y creen que tienes que estar drogándote» - Foto: Yolanda LanchaEn el río, Miguel se ha encontrado de todo, desde la amistad incondicional de quienes lo visitan a diario, hasta la indiferencia de muchos. «La gente te ve en la calle y cree que tienes que estar con el cartón de vino o drogándote, aunque algunos luego hablan conmigo y se dan cuenta de que no es así», explica. Curioso es que los que más se paran a hablar con él son normalmente de fuera.

La historia de Miguel. La historia de Miguel se está haciendo famosa por la insistencia de sus amigos en lograrle una vivienda digna para él y sus amigos. Ya han recogido casi 80.000 firmas en apoyo y la historia está saliendo a nivel nacional. Pero, se preguntan muchos, ¿cómo ha llegado a vivir Miguel, toledano de San Justo de toda la vida, en la calle?

Miguel trabajó siete u ocho años en la ONCE. Allí vendió el primer cuponazo en Castilla-La Mancha. Desde ese momento, vendió bastante, no solo sus números, sino los sobrantes, «yo me levantaba a las cinco de la mañana y llegaba a mi casa a las ocho y media». Pero afirma que, tras la muerte de un hermano suyo por sobredosis, parece que alguien creyó que él también estaba en la droga y a la postre lo despidieron, justo después de su primera separación.

Desde entonces, ha sobrevivido haciendo chapuzas, tanto de albañilería, como de pintura, hasta que sufrió un accidente y ya no pudo seguir. Lo peor llegó hace tres años que, tras una larga enfermedad, moría su mujer. Desde entonces Miguel está pagando el entierro, 160 euros al mes de su pensión de 390, «y así si pago el piso, no como, y si como, no pago el piso». Así le quedan once meses todavía.

El 18 de marzo, se lamenta, le echaron de la vivienda donde vivía en la calle del Barco. Debía tres meses de alquiles. Por la pandemia, apunta, se podría haber quedado, pero prefirió dormir tranquilo. Desde entonces, primero probó suerte en una vivienda que sabía abandonada, pero los propietarios lo denunciaron, cuando tan solo había dejado sus cosas, «no quería robar», insiste, y de hecho había incluso pintado las paredes. Así que llamó a un amigo y con un camión llevaron todas sus cosas al río a las cuatro de la mañana.

Amigos en movimiento. De lo que no se puede quejar Miguel es de amigos. Ellos son los que le proporcionan todo lo que necesita, desde la tienda de campaña a las gafas, las sierras para la leña y hasta le lavan la ropa. Son, entre otros, Álex, David, Ana o Marta, ocho o diez personas que es raro el día que no se pasan, amigos todos desde la infancia.

La idea de Miguel es poder compartir una vivienda en Toledo con sus perros. Aquí tiene su vida, las calles que conoce y, sobre todo, sus amigos. No sabría qué hacer fuera. Hay muchas casas vacías, apunta. Pero de momento nadie le ha propuesto nada, «más que que deje a mis perros, hay gente que son más perros que ellos». Los perros, se ha demostrado, no son problema. Y él va a cuidar la casa.

Aún así quiere ser positivo. Están los amigos, y casi 80.000 personas han apoyado su petición de vivienda «pero es una puerta que no ha terminado de abrirse».