Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Todo vale

01/08/2022

Tienen motivos de sobra para irse de vacaciones contentos, y casi eufóricos, Núñez Feijó (otro gallego salvador) y el Partido Popular en pleno. Bastó la patada de Charlot a Casado, y esperar a ver pasar el cadáver de su antagonista (lo de enemigo no es correcto) por delante de su puerta ("Muerto lo llevaban en un serón"). Lo de Castilla-León fue una especie de espejismo; lo de Andalucía, qué les voy a contar que no sepan, el próximo año, las Municipales y luego…, el incienso, el oro y la mirra.

Insisto, les vale y les sobra con ver cometer error tras error al equipo de Moncloa y a los ministros de Podemos, para creerse los futuros salvadores de España, de su finca (en palabras de don Pío Baroja), que nunca debieron perder (es un decir) de no haber sido por el pusilánime de Rajoy y su excesiva afición a los habanos y al coñac de solera. Pero, ya se sabe, a gallego muerto, gallego puesto. Los hay que se van de vacaciones con el sueño en la maleta del consabido ministerio futuro.

Y es que en política, el todo vale hace años que se erigió en dogma, en tanto las encuestas y los pronósticos se han convertido en condicionantes exclusivos de los líderes políticos que, a mi leal saber y entender, deberían leer menos a Maquiavelo y más, mucho más, a Shakespeare, a Montaigne y a Cervantes. De ese modo se darían cuenta de que ir en la vida puñalada tras puñalada, conlleva necesariamente que al final la última recaiga sobre tu corazón, reiniciándose de ese modo un nuevo ciclo de signo contrario pero igualmente marcado por idénticos o parecidos vaivenes. Ocurrió en la Revolución francesa, en la rusa y, naturalmente, en las democracias. Los "cadáveres" que ha sembrado Pedro Sánchez a lo largo de su camino dejan a Guerra en mantillas.

Cuestiones que deberían ser objeto, como mínimo, de un referéndum nacional –el indulto a los líderes independentistas catalanes, el cambio de signo político en el norte de África, y, ayer mismo, la anulación por real decreto de la sentencia del Supremo sobre ese 25% de clases en castellano en las aulas catalanas, o el anuncio de desjudicialización de la política catalana, y eso por no hablar del papel otorgado a Bildu en el sacrosanto tema de la Memoria histórica–, nuestro presidente se las pasa a diario por el arco del triunfo, ganándose de ese modo antipatías sin fin. Sus continuas fintas, sus giros más que cuestionables, sus modales, sus cambios de humor, han hecho de él un jefe poco recomendable. Mantenerse en el poder del modo en que él lo está haciendo exige altísimas dotes de maquiavelismo, pero debería saber que obrando de ese modo, al final su cabeza rodará. Es curioso cómo el pasado miércoles, mientras él ejercía de soberano en Polonia, permitía (o mejor dicho, ordenaba) que dos "legaciones" se reunieran en Moncloa, como si de dos países se hubiera tratado: la de España, encabezada por Bolaños (con su traza de Saint-Just, que de todo tiene que haber), frente a Laura Vilagrà, su homónima catalana, con el resultado previsible. Naturalmente, había que ver la cara de los "delegados" (Díaz, Izeta, Rodríguez, Torrent, Elena, Garrigó) a la salida, caminando con poderío, por parejas, por los jardines de Moncloa, como viejos camaradas. Euforia contenida, sobre todo, por los catalanes, esos mismos que únicamente entienden la vida cuando reciben sin dar nada a cambio, que decía Plá.

El personalismo de Sánchez (especialista en cambiar peones) le está llevando tan lejos que hasta en su partido son demasiados los que lo cuestionan en privado. Volver a Patxi López y colocarlo como portavoz socialista en el Congreso resulta como mínimo patético para quien sabe de su mutua opinión hace bien poco. Hay una cuestión fundamental en la política, de la que todos parecen haberse olvidado, y es la ética (y aún la estética) sin la cual lo que se obtiene de positivo huele a impostura. Y en esas estamos. Afortunadamente, todos tenemos el mes de agosto para aclarar la mente y volver con más ímpetu. Hasta septiembre, pues.