Venus, la belleza mítica

María López Pérez
-

La Venus del Museo del Ejército se moldea en porcelana de Sajonia. La colección de Artes Decorativas del Museo conserva un grupo escultórico con la diosa como protagonista, un sugerente reflejo de la plástica Rococó y su gusto por la superficialidad

La Venus del Museo del Ejército está realizada en los talleres de la Fábrica Real de Porcelana de Meissen (Sajonia, Alemania).

El grupo en el que hoy nos detenemos corresponde a los talleres de la Fábrica Real de Porcelana de Meissen (Sajonia, Alemania). Se trata de un centro de mesa que muestra un asunto mitológico, el de la belleza de Venus, el triunfo de su absoluta belleza, paradigma de la elegancia y la sensualidad.

En la mitología grecorromana la belleza es un don divino, tanto masculino como femenino. La principal diferencia es que en los hombres era una virtud añadida y en las mujeres era un don principal. En el caso de Venus, era su poder más definitivo. La Afrodita griega, Venus para los romanos, se representa desnuda, inclinando ligeramente su cuerpo con cierta concesión al decoro. El modelo femenino emula la Antigüedad, el de la diosa y el de su compañía, dos jóvenes ninfas de mítica belleza que parecen moverse con suavidad en la escena. Ellas conectan con la naturaleza y veneran a la inmortal e inmutable diosa. Sus bellos rasgos encantaron al Arte, su representación 'al desnudo' atrajo sin duda al artista en su interés de representación y experimentación de la figura. El cuerpo desnudo de la diosa se refleja también en los textos clásicos, podemos recordar a Ovidio en el 'Arte de Amar': «Venus misma, cuantas veces se quita sus vestiduras, encogiéndose un poco cubre su pubis con la mano izquierda» (Libro 2, 613-15). Este rasgo de intimidad dialoga a la perfección con la estética Rococó, un gusto que invadió la corte europea especialmente a partir de la década de los treinta del siglo XVIII. Este inconfundible lenguaje se refleja en el conjunto al que hoy no referimos. La mitología se puso al servicio del interés decorativo y las formas sinuosas y voluptuosas inundaron los 'objetos de salón'. En el caso que hoy nos ocupa, un centro de mesa, que opta por lo intrascendente del asunto, poniendo el acento en lo bello, la gracia y la sensualidad.

La compañía de la diosa adquiere también protagonismo en esta composición. Jóvenes y bellas como Ella,  son parte esencial del juego. El repertorio decorativo gira en torno a la esfera mítica, la naturaleza, escenario por excelencia de los episodios de Venus, se despliega dando espacio a su atributos. Un paisaje idílico donde destacan las flores, rosas y mirto, flores primaverales que recuerdan la vida y su poder de crearla y destruirla. Las dos mujeres semidesnudas juegan con cisnes, los cisnes junto a las palomas, serán atributos de Venus. Protagonistas serán también los amorcillos, encabezados por Cupido, encajando delicadamente en la escena como complementos esenciales del relato. Ellos portan rosas como ofrenda y muestran con dulzura las palomas que reflejan a Venus. En este tipo de objetos decorativos la narración deja espacio a la representación, no se trata tanto de contar el triunfo de una diosa, sino de mostrar el deleite de su principal virtud, moldeada a través del atrezo que viste la escena.

La composición se organiza de forma piramidal, marcando la jerarquía, aunque las líneas curvas aligeran cualquier geometría a favor del movimiento, gran protagonista del conjunto. Este movimiento comienza en la moldura decorativa de la peana oval sobre la que descansa el grupo y culmina con la marcada curva del manto de la diosa en la zona superior. La disposición de este manto suma teatralidad al relato, parece sostenido por el viento, dejando al desnudo el cuerpo de la diosa. Este elemento nos acerca de nuevo a la naturaleza, la misma que sostiene el carro triunfal de Venus, definiendo el equilibrio de toda la escena. Las posturas inclinadas del séquito y el manto elevado parecen plasmar el viento detenido. El espectador es capaz así de imaginar una escena en movimiento, dónde cada elemento encaja con naturalidad. La sensación de dinamismo se acentúa gracias a la ligera paleta cromática, característica del gusto Rococó, adaptada a la intención decorativa del objeto. Esta intención queda de manifiesto en la descripción de la pieza dentro de la Colección de Antonio Romero Ortiz, de la que formó parte originariamente [Catálogo General del Museo Romero Ortiz (1888)]. Se señala que estaba «colocada sobre un aro-peana de bronce dorado y labrado y está sobre otra grande de madera vestida de peluche granate adornado con lazos de lo mismo y clavillos dorados». Baste esta descripción del modo en que se mostraba la pieza en su contexto original para entender su intención final. La decoración por encima del asunto y el asunto, cuidadosamente seleccionado, a favor de lo decorativo.