Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Pajarillos

19/01/2021

Como en aquel romance del prisionero que leíamos en la escuela, la mortaja blanca que ha envuelto a la ciudad ha hecho más pequeña la cárcel de mi casa. Los días y las noches han empezado a fundirse en una pasta densa y continua. Del salir poco por respeto al contagio, he pasado al salir menos porque la nieve lo impedía, y al casi nada por el mordisco del frío y el riesgo de las placas de hielo. Cada mañana empujo los carámbanos de Damocles que cuelgan del alero con una escoba para que se hagan añicos contra los adoquines, paleo un poco de nieve de la terraza, descubro y despego las ruedas del coche, y vuelco algunos cubos de agua caliente sobre el pequeño Everest que he ido acumulando en el patio. He perdido en el combate la vida de la mayor parte de las plantas, las alegrías que llevaban veinte años conmigo, pero los cactus y un arbolillo de camelias parecen aguantar. Del galápago no hay ni rastro, como de las palomas.
Hay un gorrión que ha cogido la costumbre de calentarse en el alféizar más alto de la casa, allí donde se concentra casi todo el sol que nos llega en invierno, e infla las plumas y pía como si fuera un reloj suizo.
Por la calle ronda una banda de pajarillos que matan el hambre con un coscurro de pan. Durante los días que almacené la basura en el patio, porque no había modo de que el camión municipal pasara por mi calle para recogerla, un mosquitero negro con el pico como un alfiler se lanzaba en picado para romper el plástico de la bolsa y pescar la cáscara de una mandarina. Me entró cargo de conciencia el día que saqué las bolsas a la calle, así que cogí las migajas de un paquete de biscotes y las esparcí para que el mosquitero siguiera teniendo algo que llevarse al buche.
No sé si es muy ortodoxo esto de preocuparse por alimentar a los animales salvajes, pero me gusta ver a los pájaros rondar por casa y estas tontunas me hacen sentir bien. El mismo sentimiento me entra cuando respondo a los mensajes que me llegan de los bares de los que soy parroquiano: el Jacaranda, el Yoguis, La Iguana. Mañana abro, tenemos tus carcamusas a punto, pedidos para recoger. Oigo piar el teléfono con sus llamadas y no puedo por menos que pasarme a soltar los euros del bolsillo como si fueran puñados de trigo. Creo que estas acciones modestas son importantes para mantener mi ecosistema, para que la primavera me encuentre con una cerveza en la mano en mis garitos de siempre, rodeado de pájaros ladrones de patatas fritas.