Ocho siglos de consagración de la iglesia de San Roman

José García Cano*
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Fue también un domingo cuando el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada -el mismo que comenzó la construcción de la catedral primada- bendeciría la iglesia que se dedicó a este santo nacido en el siglo IV

Fotografía del interior de la iglesia de San Román. - Foto: Juan Miguel Pando Barrero. Archivo Pando, IPCE

El próximo domingo 20 de junio se cumplen los ochocientos años de la consagración de la iglesia toledana de San Román, un templo repleto de historia, de interesantes restos artísticos y ejemplo de la fusión cultural y religiosa que durante siglos se ha producido en Toledo. Fue también un domingo cuando el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada -el mismo que comenzó la construcción de la catedral primada- bendeciría la iglesia que se dedicó a este santo nacido en el siglo IV. Sabemos que el templo de San Román anteriormente fue una mezquita que sería reformada para adaptarla como templo cristiano y quizá mucho más atrás en el tiempo una basílica visigoda, encontrándonos ante un templo mudéjar que posee restos de aquella época visigoda e incluso renacentista. Nos encontramos con un templo de tres naves separadas por preciosas arquerías de herradura apoyadas en columnas de mármol adosas a pilares de ladrillo digno de conocer y disfrutar. Los documentos nos hablan de la existencia de la parroquia de San Román ya en 1125 y precisamente de aquel siglo XII, es cuando encontramos un hecho histórico que sucede en la imponente torre de San Román, pues desde ella se proclamó rey a Alfonso VIII por parte del conocido Esteban Illán, alcalde de los mozárabes de Toledo y alguacil de la ciudad, además de fundador del linaje de los Álvarez de Toledo, duques de Alba y que se enterró en la misma iglesia de San Román. Desde la parte superior de su torre mudéjar la tradición cuenta que Esteban Illán (partidario de la familia Lara) gritó a viva voz la proclamación del rey, después de haber preparado una plan para traer al joven infante a la ciudad de Toledo. Esta torre posee tres pisos y se constatan al menos dos etapas constructivas diferentes.
Otro de los atractivos que posee este monumento son sus pinturas murales que se mostraron a los toledanos a mediados del siglo XX después de ciertas intervenciones en sus muros, dejando a la vista un conjunto de pinturas románicas únicas en toda la ciudad y que combinan elementos figurativos con decoraciones mudéjares toledanas. Desgraciadamente no se conserva todo el conjunto que decoró San Román, ya que las que mejor podemos observar hoy en día son las de la nave de la epístola, la de las arquerías y el muro de los pies, encontrando algunas otras en el resto del templo. Posiblemente el maravilloso pantrocrátor que decoró el altar mayor fue eliminado en la reforma renacentista que se hizo en el templo, dejándonos la bóveda y restos que hoy conocemos. Entre otras iconografías cristianas encontramos a los Evangelistas, así como a San Esteban y San Lorenzo; en el muro sur de la nave de la epístola se nos muestra una escena de la Resurrección de los muertos, en la que los ángeles colocados en la parte superior llaman a los difuntos que salen de sus tumbas, las cuales están colocadas en la misma posición, con la cabeza orientada hacia occidente, aunque mirando todos a oriente. Diferentes profetas mayores y menores aparecen igualmente en el templo, encontrando una curiosa iconografía de San Cristóbal y una imagen del arcángel San Miguel luchando con el dragón en el muro de los pies de la nave del evangelio. Ya en el siglo XVI la iglesia sufrió varias reformas, como la ampliación de la capilla mayor y la colocación de la cúpula plateresca de casetones en el presbiterio, atribuida a Alonso de Covarrubias (1554) y apoyada sobre cuatro pechinas. En 1842 desaparecería la parroquia de San Román, pasando sus feligreses a la cercana iglesia de Santa Leocadia. No sería hasta 1968 cuando San Román se convertiría en uno de los museos de referencia de Toledo: el Museo de los Concilios y la Cultura visigoda, donde se aglutinaron decenas de piezas y restos visigodos, como capiteles, inscripciones, elementos funerarios, etc., incluyendo las importantes reproducciones del conocido tesoro de Guarrazar, cuyos elementos originales se encuentran en el Museo Arqueológico de Madrid. Entre otras particularidades de San Román citaremos que se ubica en la cota de mayor elevación de la ciudad de Toledo y precisamente por ello se construyó frente al edificio un depósito de aguas que abastecía a los vecinos del casco histórico y que contenía el agua procedente de los manantiales de Pozuela. En su interior se conservaron a lo largo del tiempo diversas joyas y ornamentos de buenísima calidad, como un cáliz dorado y con esmaltes, una cruz procesional modificada en el siglo XVII y un relicario que contenía nada más y nada menos que la lengua de San Román, la cual era sacada en algunas procesiones por las calles de Toledo. Recordemos que a San Román de Antioquía le martirizaron durante las persecuciones del emperador Galerio contra la población cristiana y para evitar que siguiera realizando sermones le perforaron las mejillas, aunque Román continúo hablando por lo que decidieron los soldados arrancarle la lengua, aunque siguió hablando sin parar. Por último, le cortaron la cabeza y con ella colocada bajo el brazo, siguió sorprendentemente predicando durante un tiempo. Sobre el lugar donde se conservaba su lengua había cierta polémica ya que además de Toledo, también se la disputaban los zaragozanos, encontrándose actualmente su cabeza en la localidad de Mañeru donde se supone que sufrió martirio. Aún hoy recordamos a San Román como protector de los males de la lengua.

*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.