Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


La gran impugnación

08/12/2021

Los cuchillos volaban por el aíre este lunes en el Congreso durante la celebración del cuarenta y tres aniversario de la Constitución. Mal asunto. Sin  embargo, que una Constitución democrática cumpla más de cuarenta años en España son palabras mayores. Nuestro país, a pesar de haber parido aquel prodigio admirado en todo el mundo que fue la Carta Magna de 1812, tan breve como casi todas las demás, ha escrito en la época moderna una historia desgarradora de desencuentros espeluznantes, con sueños de libertad abortados, con pronunciamientos militares, y hasta con guerras civiles. Nuestro siglo XIX fue de una decadencia asombrosa. Jamás un país que había llegado tan alto cayó tan bajo, y aquel siglo torpe y decadente se ha convertido en una rémora en nuestra historia, un golpe certero en nuestra autoestima que todavía seguimos arrastrando como una pesada losa. Y, con todo, en aquel siglo trajimos al mundo aquel proyecto fallido de La Pepa  y fuimos capaces de expulsar de nuestro país al ejército invasor más potente del momento.
Aquel proyecto constitucional de 1812 deja ya establecido, y meridianamente claro, el precepto de los ciudadanos libres e iguales como base del Estado democrático. Fue un proyecto que no cuajó pero de alguna manera su espíritu supimos convertirlo en un éxito colectivo sin precedentes más de un siglo después, en 1978, tras un serial de constituciones a cada cual más breve y siempre hechas al gusto solamente de parte del país. No fue el caso de 1978. Y la magnitud del éxito solamente se puede percibir con toda su amplitud ahora, con el edificio zozobrando y un ejército de impugnadores alucinados.
No salía de mi  asombro hace pocos años cuando en la tribuna del Congreso de los Diputados el portavoz parlamentario de Podemos, Jaume Asens, decía que el entendimiento constitucional fue un 'pacto con fascistas'. Adolfo Suárez, según ese relato, sería un totalitario peligroso que tendría que haber ido a prisión. Este mismo sujeto valoraba este lunes que el gran pacto por la convivencia de 1978 es un 'traje viejo'. En su línea. Los que impugnan la Constitución por ser un 'traje viejo' son los que quieren retornar a la exclusión y el sectarismo liquidando la gran novedad que supuso en nuestro país la reconciliación de 1978.
 Otros, con afanes separatistas, quieren romper nuestro gran pacto haciendo gala de una deslealtad al proyecto al que en su día se adhirieron a cambio de los mayores niveles de autonomía regional que se han disfrutado en la historia moderna de España. Y luego están los que consideran que los derechos consagrados en la carta magna, como la garantía de una asistencia universal sanitaria o educativa, en la vivienda o las pensiones, son asuntos menores y revisables al albur de coyunturas económicas.
La Constitución de 1978 sufre momentos de zozobra ante el desprecio de impugnadores de distinto pelaje e ideología, pero el relato de que aquel gran acuerdo nacional fue un pacto con fascistas es de un peligro inaudito porque lleva consigo el germen de la peor  historia española, la de los enfrentamientos continuos, la del sectarismo total en la visión de un país complejo y  atormentado pero con una historia gigantesca. Posiblemente para que un régimen político se dé por consolidado tiene que superar los cincuenta años de vida. Los españoles estamos ante la oportunidad cercana e inédita de que un sistema constitucional democrático supere el medio siglo de vigencia. Sería uno de los grandes logros en nuestra historia aunque a día de hoy no está nada claro. Nunca en este tiempo habíamos vivido unas turbulencias como las que atravesamos y nadie tiene claro a día de hoy si lo que se construyó en 1978 será nuestro marco de convivencia a la vuelta de ocho años. No estamos en el mejor clima para ello porque nos harían falta reformas profundas que solamente se podrían abordar desde acuerdos muy amplios y nos hemos instalado justamente en la dinámica contraria: polarización extrema y una política a cara de perro que se empeña en hacernos creer que no es posible un escenario parecido al de hace cuarenta y tres años, el que propicio que en 1978 los vencedores de una guerra civil, que habían estado en el poder durante cuarenta años, llegaran a un gran acuerdo con los que habían estado excluidos de la vida pública durante ese mismo tiempo. Como reza el epitafio de Adolfo Suárez: La concordia fue posible.