Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Serendipia

04/06/2020

Algunas veces llevas meses y meses sin cruzarte con algún vecino o compañero de trabajo y de pronto, sin cambio aparente en tus costumbres, te encuentras con ellos varias veces al día. Esto me está pasando estos días con la palabra serendipia. Hace tiempo que ni la usaba ni la leía y ahora se me aparece por los escritos e incluso cavilo sobre ella.
No es porque me apetezca viajar algún lugar exótico, siempre tan  estimulantes para los sentidos, con bellos paisajes, ciudades antiguas y cultura ancestral como podría ser Sri Lanka. Creo que tiene más relación con frases atribuidas a Thomas A. Edison que aseguraba que nunca hizo nada por casualidad, ni ninguno de sus inventos llegó por accidente, sino por el trabajo. Sentenciaba que «si todos hiciéramos las cosas que realmente somos capaces de hacer, literalmente nos sorprenderíamos a nosotros mismos». O con Pasteur que animaba a sus alumnos diciéndoles que la suerte solo favorece a la mente preparada.
Normalmente asociamos serendipia al hecho de descubrir algo accidentalmente que no estábamos buscando o de resolver con perspicacia e ingenio un imprevisto, asombrando a propios y extraños.  Sin embargo, la serendipia no está muy cerca del azar y la fortuna. Tienes que llevar los problemas, los contratiempos, los planteamientos, las dudas, las contrariedades, las dificultades, los fracasos, los proyectos, los reveses, el análisis, el estudio y el conocimiento en la cabeza para que una observación accidental te ayude a encontrar una solución o un descubrimiento, aunque en ese momento ni siquiera estuvieras pensando en el problema ni de qué manera resolverlo. Es porque estas atento y preparado para darte cuenta.
Cómo se le habría ocurrido a alguien gelificar la leche con las algas que podía recoger a dos pasos en la orilla del mar, si la falta de huevos para elaborar sus flanes no le hubiera acuciado a buscar una alternativa. Y ahora, en nuestra situación económica, cómo se podrían utilizar los pocos recursos fiscales para conseguir el mayor efecto posible en el medio rural. Tal vez podría pasar por apalancar los estímulos públicos a las empresas pequeñas y medianas del campo y los pueblos con menor capacidad para endeudarse. Aunque los proyectos de esas empresas puedan calificarse de un buen riesgo, se puede deteriorar el préstamo si la situación se agrava. Si se comparte la mayor parte de ese riesgo con fondos europeos se podría convertir en mayor liquidez empresarial, lo que no dejaría de ser un estímulo relevante. He leído en algún sitio referirse a este apalancamiento denominándolo ‘alquimia financiera’. La alquimia en la Europa medieval se interesaba sobre todo por la trasmutación de la materia para conseguir algo más valioso, aunque estaba reservada para los iniciados, para los que poseían el conocimiento experto, que normalmente eran perseguidos, con no muy buenas intenciones, por ser hechiceros y magos.
Aunque la sistemática más eficaz para la búsqueda del saber sea el método científico, el innovador utiliza la inspiración y la suerte de la serendipia para reconocer regularidades y patrones de la realidad que nos ayuden a progresar.