Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Riesgo de quiebra (moral)

02/11/2022

Por más esfuerzos que haga Felipe VI de dar un tono ejemplar al nuevo tiempo  que vivimos, si los actores del reparto no dan la talla el riesgo de quiebra moral de nuestro sistema político es inevitable. Lo hemos visto estos días con la renovación, de nuevo suspendida, del CGPJ. ¿Qué es más grave: que el PP rompa las negociaciones o que el Gobierno de España esté negociando la reforma del delito de sedición con los sediciosos? Yo creo que es más grave lo segundo, lo cual no indica que no tenga tacha lo primero. Es decir, es muy grave que se pretenda quitar hierro al delito de sedición contra el Estado y contra el orden constitucional que lo sustenta, no en una mesa de diálogo con juristas o con una representación completa de la nación, sino hablando con la minoría independentista implicada en un golpe sin precedentes contra el orden democrático desde una institución constitucional como es la Generalitat. No se puede estar en misa y repicando, no se puede estar negociando con una mano la renovación  del CGPJ y con la otra tratando con ERC como se quintan las espinas para que de nuevo la vuelvan a liar.
Lo saben en el PSOE, en ese PSOE  que estos días celebra los cuarenta años de aquella victoria electoral incontestable que le dio la mayoría absoluta a Felipe González. Lo saben los barones que se juegan su continuidad en unas elecciones que están a la vuelta de la esquina. Lo saben los ciudadanos más conscientes que perciben el riesgo de quiebra  moral de un sistema con una política de muy baja calidad y engolfado en cuestiones menores de corto plazo y cálculo electoral. ¿Lo sabe el PP?  Parecía que Alberto Núñez Feijóo vino a establecer cierto orden en el galimatías actual. ¿Podía haber hecho otra cosa distinta a romper la negociación?. Seguramente no, pero  lo podía haber hecho de otra manera, dejando mucho más clara la voluntad de acuerdo del PP sin dar a entender que lo único que se busca es mantener el control del CGPJ hasta que una hipotética victoria electoral vuelva a establecer una mayoría conservadora. Entonces parece que lo que importa más es mantener el control de los jueces que llegar a un escenario distinto, y más democrático, para la elección del máximo órgano de representación judicial, tan lastrado por la partidocracia.
La quiebra moral de un sistema se produce cuando sus principales instituciones pierden la credibilidad y los ciudadanos desconectan entregándose a la fanfarria y al populismo. El sistema convertido en un gran escenario de sombras chinescas, ese arte que se basa en crear figuras con las manos sobre la pared consiguiendo sorprendentes efectos ópticos. Ocurre que nuestro entramado institucional se está convirtiendo en eso, una pura apariencia donde todos mueven las manos pero nada es lo que parece. No se crean que es nuevo, llevamos así ya unos cuantos años, más de la cuenta. Y llevamos así tanto tiempo porque si esta gran crisis institucional la queremos resolver bien lo tendremos que hacer sobre la base de un gran acuerdo central entre los dos grandes partidos que siguen, a pesar de la convulsión que se ha llevado por delante a sus homólogos de otros lugares de Europa, acaparando la mayoría de los votos de los españoles. Si esos partidos se empeñan en polarizar vamos de cabeza al precipicio. «La convivencia es ahora la máxima prioridad», decía estos días Felipe González. Los políticos de su generación lo tuvieron claro, pero los de la nueva no. Alberto Núñez Feijoo, que por su edad y trayectoria, puede ser un puente entre lo viejo y lo nuevo podría cumplir un papel muy importante en esta transición interminable en la que vivimos.
Si no conseguimos ese gran acuerdo, ahora además con una crisis económica en ciernes, la tormenta se puede llevar por delante lo más valioso, en un abrir y cerrar de ojos, como ocurren las cosas últimamente en el mundo. Dice Feijóo que con Sánchez en el PSOE es difícil ese clima, y  tiene razón. Está por ver si con él en el PP el otro lado del terreno de juego se pone en una disposición patriótica firme que haga ver a los españoles que la política puede ser algo distinto a esta ridiculez infértil en la que estamos metidos y que consiste en polarizar hasta el extremo y soltar cada día en el telediario la mejor ocurrencia para alimentar rebaños de electores y no ciudadanos que finalmente son los que tienen que decidir quién y cómo nos deben gobernar.