El día en que ardió el Alcuzón de la Catedral de Toledo

Adolfo de Mingo
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El historiador Felipe Vidales ha documentado el incendió que arrasó la mitad de la torre el 29 de octubre de 1680. El coronamiento cayó en mitad del claustro, sin tener que lamentar -lo mismo que en Notre-Dame- daños mayores

El día en que ardió el Alcuzón de la Catedral de Toledo

A los estudiosos de la Catedral de Toledo siempre les ha sorprendido la característica representación de la torre de las campanas a caballo entre los siglos XVII y XVIII, con un remate o alcuzón -voz popular que recordaba la forma de las antiguas «alcuzas» o aceiteras de forma cónica- bien distinta de la que podemos contemplar en la actualidad. En realidad, prácticamente la mitad de la torre era distinta hacia 1665-1670, calada a partir del primero de sus cuerpos, con sus campanas mayores en el segundo y con el mencionado alcuzón de dimensiones mucho más pequeñas, tal y como apareció representado en el grabado Veue de la grande eglise de Tolede, obra de Louis de Meunier y Nicolas Bonnart (derecha).

La respuesta la tiene el historiador Felipe Vidales, quien acaba de encontrar entre los fondos precatalogados de la Biblioteca Nacional la relación del incendio que arrasó la torre del templo el día 29 de octubre de 1680. Un suceso que guarda paralelismo con el reciente incendio de Notre-Dame de París, ya que afectó fundamentalmente al remate -de la torre en Toledo, del crucero en la capital francesa- y se saldó sin los enormes daños que podrían haberse provocado, ya que el alcuzón acabaría precipitándose en el interior del claustro, sin afectar estructuralmente a las naves ni a las capillas.

De hecho, comenta Vidales -quien ha dado a conocer su descubrimiento en el blog Tulaytula.com, donde comparte algunas de sus investigaciones y ofrece rutas especializadas por Toledo-, al igual que en Notre-Dame, el fuego también se inició «durante las tareas de mantenimiento del chapitel, cuando los latoneros encargados de ello bajaron de los andamios a la hora del almuerzo y dejaron encendidos los braseros».

De todo lo sucedido da cuenta la Relación verdadera en que se refiere la lastimosa ruina que padeció la Torre de la Santa Iglesia de Toledo, Primada de las Españas, con el fatal incendio que en ella hubo el martes 29 de octubre de este año de 1680 (Biblioteca Nacional, VE/201/113). El documento, de cuatro páginas -del que se conservan dos versiones más, una en el Archivo General de Palacio y otra en el Arxiu i Biblioteca Episcopal de Vic-, podría haberse impreso en Madrid dos días después. «En forma de carta manuscrita saldría de Toledo hacia Madrid durante la mañana del día 30, llegaría a la corte esa tarde y sería rápidamente compuesta e impresa para comenzar a difundirse en Madrid», continúa Vidales, doctor en Historia e investigador del Departamento de Historia Moderna de la Universidad Complutense.

Así describía la relación el estado de la torre anterior al incendio: «Compónese de tres cuerpos de antiquísima y relevante arquitectura, toda de fuerte cantería. El primero es cuadrado, y de hermosa vista y labores primorosas a lo Jónico, ocupando su anchuroso ámbito nueve sonorosas campanas repartidas en capaces nichos, y en medio la grande que pesa 424 arrobas [la Campana Gorda no sería elaborada hasta mediados del siglo XVIII]. El segundo es ochavado y en el estaban dos grandes campanas, la una llamada San Ildefonso, que pesaba 300 arrobas, y la otra Santa Leocadia, que tenía 200 de peso. Sobre este sentaba el tercer cuerpo, que era el chapitel, también ochavado, moviendo en punta, con tres majestuosas coronas, divididas a trechos en sus tres estancias, volando todas tres fuera del edificio más de dos varas [la vara castellana medía algo menos de un metro], siendo su fábrica de hermosa talla, con tres dilatadas ventanas que daban su vista y su frente al Real Alcázar. Tenía el chapitel por último remate y adorno suyo una gran cruz de hierro cuyo tamaño es de seis varas de alto, y cuatro los brazos, formando su asiento sobre tres gruesas bolas de bronce que estaban colocadas en disminución».

Una vez iniciado el fuego, este se desató con tal intensidad que «no fue posible conseguir el menor efecto favorable hacia su reparo». El anónimo autor de la relación destaca los esfuerzos realizados para intentar apagarlo: «Prodigios obraron los peones y oficiales de la iglesia, acompañados de muchos religiosos, cortando las maderas que pudieron, arrojando otras por las ventanas que de sí echaban abrasantes llamas, siendo milagro palpable no acabasen las vidas en medio de tan horrible y espantoso incendio».

Paralelamente, el Cabildo de la Catedral sacó en procesión al Santísimo Sacramento hasta el Ayuntamiento, «donde le colocaron con decente ornato, para que su divina vista sirviese de consuelo a tan gran de aflicción y detuviese con su poderoso brazo la lamentable desdicha que probablemente amenazaba la tremenda furia de las llamas». Se unieron a esta rogativa todas las comunidades religiosas.

De las dimensiones que tuvo que alcanzar el incendio da prueba el amplio desalojo que hubo de realizarse, «mandando desocupar a toda priesa las [casas] que contiene la Calle Ancha, y las que circundan la iglesia hasta la Capilla de San Pedro y otras muchas que se hallaron más distantes y juzgaron los alarifes estaban expuestas al riesgo del destrozo».

No menos expresiva es la descripción del estado de la torre una vez precipitado su remate: «Abrasado el chapitel y destroncado todo, bajaron sus fragmentos al referido claustro, cayendo la gran cruz y bolas de bronce que su sagrado pie adornaban, derretidas en menudas gotas, y pasando la caliginosa furia al segundo Cuerpo de la Torre, donde estaban colocadas las dos campanas referidas de San Ildefonso y Santa Leocadia, las derritió con grandísima presteza, corriendo a todas partes crecidos arroyos de abrasado metal. Pues pesando ambas quinientas arrobas como ya queda dicho, se deja ver con evidencia clara el grave daño que haría tanta abrasada inundación». 

Desgraciadamente, opina Vidales, esa mención de las «bolas de bronce» situadas en el remate de la torre parece estar describiendo el primitivo yamur islámico de la antigua mezquita, es decir, el conjunto de esferas de tamaño decreciente que coronaban los alminares, por lo que es posible que en 1680 estos elementos -si llegaron a reincorporarse a la torre de la Catedral cristiana en época medieval- se perdieran para siempre.

El fuego duró alrededor de diez horas y llegó a extenderse a una nave del templo, después de lo cual sería previsiblemente controlado. El último párrafo de la relación promete «más individual noticia de todo este suceso, con todas las circunstancias que han concurrido, y se ofrecerán hasta su fin, porque ha llegado aviso a esta corte de que se han derretido otras dos campanas».

Estos textos, remata Vidales, «eran tan efímeros como lo son los periódicos de hoy. Leídos por la mañana y olvidados por la noche, su suerte generalmente era la basura y rara vez eran encuadernados y conservados. Por eso es especialmente valioso dar hoy con ellos, pues la producción de relaciones impresas que conservamos supone un porcentaje ínfimo en relación con las que se imprimieron».