Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Qué desesperación

17/03/2022

Como mucho habrá dos o tres casos en España, por el inefable Fernando Simón; el periodista más profesional del mundo es Lorenzo Milá, ufano ante el miedo de la gente en Italia, por el ínclito Echenique, o «nos va la vida en ello», la arenga a participar en las manifestaciones del 8M, por la visionaria Carmen Calvo, fueron algunos de los hitos previos al cataclismo del coronavirus. En ese maldito marzo de 2020 solo hubo una certeza: la victoria del Atleti en Anfield. Luego llegaron la tragedia y el esperpento: Pedro Sánchez decretaba un estado de alarma, luego otros, inconstitucionales por cierto, y solo podían salir a la calle las mascotas. La gente hacía acopio de papel higiénico y consumía hidrogel con delirio. Abrazos prohibidos. Oficinas cerradas, citas telefónicas que aún persisten. A saber por qué. Aplausos a las ocho, con espectáculo de sirenas incluido. Paseos de niños, después de adultos. De una hora. Bares precintados. Comercios agonizantes. Cierres perimetrales. Mascarillas, primero no, luego obligatorias. ¿Comité de expertos? No había.  A todo esto, residencias confinadas. Acumulando muertos en soledad. Vacunas, certificados, dosis de refuerzo y esperanzas truncadas por otras olas, nuevos repuntes y encierros a los mayores. Filomena, una dana, un volcán. Y la guerra. Qué desesperación, como diría mi madre.

Van dos años. Los que hemos sobrevivido quizá seamos unos privilegiados, pero ahora que el virus se adormece tenemos la obligación de alzar la voz. Porque no hemos salido todos igual de esta pandemia. Ni tampoco somos mejores, como rezaban los mantras de Sánchez y los suyos. Ahora no viajamos porque vivimos bajo mínimos y ni siquiera podemos llenar el depósito de combustible porque la gasolina cuesta un ojo de la cara, mientras la luz y el gas son poco menos que artículos de lujo. Nuestra generación, con una preparación infinitamente superior a la de nuestros padres, quienes hicieron un sacrificio impagable, está abocada a vivir peor, a padecer cifras insoportables de paro, sin tener la posibilidad de contar con una jubilación digna. Y ya si hablamos de nuestros hijos, los datos estremecen.
Eso sí, todo podría haber sido peor. Porque si hubiera gobernado la derecha, los sindicatos, ahora callados, se hubieran echado a la calle por la limitación de los derechos y libertades durante la pandemia, por los muertos en residencias, por los altos precios de la energía, de los alimentos y, en definitiva, por la escalada del IPC. De momento hay paz social, sí, pero recuerden que miles de españoles han visto, en un abrir y cerrar de ojos, extinguidas sus ilusiones de un futuro tranquilo y estable. Y estamos hartos: es hora de que los gobiernos dejen de derrochar dinero público, de que se aprieten el cinturón, de que garanticen nuestro derecho a una vida digna. Necesitamos empatía, compromiso y hechos. Que sí, que hay que vencer al maldito Putin, pero, señores del gobierno, la solución no pasa por un documental sobre Pedro Sánchez, será un sainete, o por invertir 20.000 millones en Igualdad, sino por suprimir ministerios, chiringuitos y otros departamentos que solo sirven para colocar a los afines, cebados con dietas abusivas. Den ejemplo. Sobran políticos y falta humanidad. Cuiden a los ciudadanos a los que deben servir. Dejen de mirarse el ombligo y reaccionen. Menos mal que, a todo esto, mi Atleti me da otra alegría. Y es que algunos nunca dejamos de creer