La odisea de cuatro familias en su viaje de Ucrania a Toledo

J. Monroy
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Anya y Dima partieron desde Ucrania el día de la invasión rusa, junto a otras tres familias. En España, con la vista en la educación de los niños y en poder trabajar, agradecen la ayuda de todos

La odisea de cuatro familias en su viaje de Ucrania a Toledo - Foto: David Pérez

La ciudad de Vínnytsia tiene unos cuatrocientos mil habitantes. Se encuentra en el camino entre Kiev y Polonia. Por allí pasan a diario miles de personas desplazadas, en su mayoría, mujeres con niños, camino de la frontera, que paran en las gasolineras y tratan de comprar lo que haya en los quioscos. Ya queda poco, las estanterías de los establecimientos están vacías con tanto trasiego y es complicado encontrar comida.

Anya y Dima vienen de Vínnytsia. Ella tiene la suerte de tener una hermana en Toledo. Así que justo al día siguiente del inicio del ataque ruso, lo dejaron todo para venir con sus tres hijos a España. El suyo ha sido un viaje de ocho días, atravesando Europa en Caravana, porque han podido traerse las familias de dos hermanos de él y la de una amiga, que ha tenido que dejar a su marido militar en la guerra. A la postre, han llegado a Toledo cuatro familias, con diez niños y una mujer embarazada.

El día que comenzó la guerra, a las cinco de la madrugada, la familia estaba dormida, cuando comenzaron a abrirse y cerrarse puertas y ventanas por el efecto de unas explosiones. Dima salió a la calle y contempló misiles balísticos por encima de su cabeza. Cree que se dirigían hacia una localidad vecina, donde hay en las afueras todavía almacenes de enormes de bombas, guardadas desde la época soviética. Afortunadamente, entiende que el ejército ucraniano pudo derribar alguno, y el resto no acertó en su destino, «los misiles destrozaron casas, no almacenes». Porque de lo contrario, está seguro de que la mitad de su ciudad habría quedado destruida.

De forma que Anya y Dima no se lo pensaron más. Ese mismo día, partieron con los niños, los hermanos de él y una amiga con dos niños, que ha tenido que dejar allí a su marido militar. Formaron un convoy de cuatro familias, con siete adultos, incluida una mujer embarazada, y diez niños más.

Tardaron 24 horas en recorrer los 400 kilómetros hasta la frontera con Polonia. Por el camino se encontraron con un grave problema de desabastecimiento de combustible. Fueron muchos los que aquel mismo día se pusieron en marcha hacia el oeste y se formó una gran caravana. Las gasolineras tenían un límite de veinte litros por coche, de forma que tenían que ir parando cada 120 kilómetros y aguantar largas colas. Además, solo podían repostar quienes habían hecho previamente un prepago con sus tarjetas. Muchas personas paraban y no podían salir adelante. Afortunadamente, Dima era gerente de transporte en una empresa energética, lo que le permitió tener ya prepagado el combustible. Eso no le quitó las largas colas y esperas.

Desde su experiencia laboral, Dima apunta el factor energía en la invasión de Putin. «Este mes íbamos a probar una desconexión del sistema energético de Rusia y Bielorrusia, para funcionar solo con la energía ucraniana, para probar nuestro sistema propio y, con el tiempo, conectarnos al sistema europeo», explica, al tiempo que recuerda que este proyecto comenzó en 2018 junto a la Unión Europea.

Por Europa y España. Al llegar a la frontera, la caravana tuvo todavía que esperar dos días y una noche más, en una zona sin baños, ni nada que comprar. Primero pasaban los que iban a pie. Una vez pasado ese trámite, todo fue mejor. Pudieron parar en Cracovia, con unos amigos, a descansar y dar algo de comer a los niños. De igual forma, en Alemania tiraron de amistades para conseguir atención médica para algunos pequeños enfermos. La tercera parada fue cortesía del pastor presbiteriano de Toledo, Mark Witte, cuñado de ellos. Él tiene contactos en Burdeos, y allí pudieron pasar noche en un hotel.

Hasta que llegaron a Toledo a la casa del propio Mark y Natalia en Olías del Rey.  Una vez aquí, Dima agradece a la iglesia Presbiteriana la ayuda que les ha conseguido alojamiento. Primero se quedaron con diferentes familias, a la espera de que Accem les diera un espacio. La parroquia también les ha dado comida todos estos días. Hasta que el jueves a mediodía pudieron entrar en un hostal, donde están las cuatro familias a la espera de una vivienda.

Aquí lo primero que hace Dima es agradecer de corazón a Toledo la acogida que se ha encontrado, «por permitirnos estar aquí seguros mientras hay guerra en nuestra tierra. Sois un pueblo muy bondadoso y os deseamos paz». A partir de ahí, las cuatro familias están pensando ya en su futuro, en tener una vivienda, en la educación de los niños y en poder trabajar en España, todo con la vista puesta en volver algún día a Ucrania.

«Tenemos muchos niños y los niños son muy activos», explica Dima desde el hostal, donde es consciente que tras todo lo que han pasado los pequeños, quizás alboroten más de lo normal, «y nos hubiera gustado tener ya un hogar». En España se teme que tendrá que quedarse bastante tiempo y lo que destaca una y otra vez es que «aquí estamos muy bien, la gente es muy amable y no hay nada flotando sobre tu cabeza, ni explotando». Pero su objetivo final es volver a casa, evidentemente, «porque allí quedan nuestros padres, nuestras casas y negocios».

Una vez tengan asegurada la comida y la vivienda, «es muy importante para nosotros que nuestros hijos reciban buena educación, tengan sus actividades extraescolares y se puedan desarrollar». De momento, los niños han comenzado sus clases on line desde Ucrania, algo que ya tenían de forma habitual allí, «porque a pesar de la guerra, la vida tiene que continuar». La preocupación más inminente de los padres es la situación de los niños, que han pasado por situaciones traumáticas, que seguro que les van a durar toda la vida. Ellos han sido la razón de su salida de su país. Para los mayores, Dima tiene claro que ahora lo importante va a ser «aprender español y empezar a trabajar».

Mientras tanto, la vida sigue muy complicada en Vínnytsia, donde las sirenas aéreas suenan constantemente, día y noche. Allí han dejado a familiares, como sus padres. El de Dima es pastor. Se ha quedado en su ciudad, ayudando a la gente de paso hacia Polonia, en su mayoría mujeres con niños. Les proporciona bocadillos con bebida de forma desinteresada. Incluso les deja un hueco para dormir una noche en su propia casa y la de la familia de Dima, que está vacía. Otros se hospedan en parroquias evangelistas, donde incluso arreglan los coches, si hace falta, para continuar.